La Revolución Palestina (1974)

Escrito por el 13/01/2009

El presente trabajo de Rodolfo Walsh fue publicado en el diario “Noticias”, en junio de 1974. Publicamos además la polémica posterior entre Walsh y el entonces embajador del Estado de Israel en Argentina. El conjunto de estos materiales es reproducido en base a los Cuadernos de la revista Jotapé (que aparecía en los ’80) y a la edición realizada por la Editorial “Último Recurso”, en mayo de 2005.

 

Desde 1974 a hoy la Resistencia Palestina y de otros pueblos ha escrito muchas nuevas páginas de su lucha contra el colonialismo sionista.

LA REVOLUCIÓN PALESTINA

Rodolfo Walsh, enviado de Noticias, estaba en Beirut el 15 de mayo cuando un comando palestino golpeó en Maalot. Caminó al día siguiente entre las ruinas de las aldeas libanesas bombardeadas por la aviación israelí. Entrevistó a los principales dirigentes de la Resistencia Palestina; antes había pulsado el sentimiento dominante en El Cairo, Damasco, Argel. En su opinión, los acuerdos tramitados por Kissinger no sellarán la paz en Medio Oriente. La explicación está en el pueblo palestino expulsado de su tierra y en la marea revolucionaria que sacude a ese pueblo. Esa Revolución es el tema de la
serie que empieza a publicar Noticias.

TRES MILLONES DE PALESTINOS DESPOJADOS DE SU PATRIA CUESTIONAN TODO ARREGLO DE PAZ EN MEDIO ORIENTE

– ¿Cómo te llamás?
– Zaki.
– ¿Qué edad tenés?
– Siete.
– ¿Vive tu padre?
– Murió.
– ¿Qué era tu padre?
– Fedaí.
– ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
– Fedaí.

El chico rubio de cabeza rapada y uniforme a rayas que da estas respuestas en una escuela de huérfanos al sur de Beirut, Líbano, resume la mejor alternativa, que tras 26 años de frustración resta a tres millones de palestinos despojados de su patria: convertirse en fedayines, combatientes
de la Revolución Palestina.

“¿Palestinos? No sé lo que es eso”, declaró en una oportunidad la ex primer ministro de Israel, Golda Meir. Se conoce la eficacia ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación. Muyaidín? Connait pas. Libération Front? Never heard of it. FRELIMO? Nao conhece. El enemigo no existe y todo está en orden. Cada una de estas negativas ha hecho correr un río de sangre pero no ha detenido la historia.

Desde hace un cuarto de siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en simular que los palestinos son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se han vuelto locos y dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las tierras de las que se fueron “voluntariamente” en
1948, o que les fueron quitadas no tan voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967. Como no pueden, se vuelcan al terrorismo. Son en definitiva “terroristas árabes”.

Es inútil que en el Medio Oriente estos argumentos hayan sido desmantelados, reducidos a su última inconsecuencia. Israel es Occidente y en Occidente la mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelve militarmente insostenible.

La hoja 1974 de esta historia no ha sido todavía doblada y ya tiene varios renglones sangrientos: Keriat Shmonet, Kfair, Maalot, Nabatyé. Es difícil entenderla si se ignoran las hojas 1967, 1948, 1917, y aún las anteriores, incluso las que se salen de la historia y se hunden en la literatura religiosa.

EN EL PRINCIPIO FUE…
Primero –dicen– fueron los caanitas y después fueron los hebreos. Faltaban
mil años para que naciera Cristo cuando Saúl fundó su reino, que después se
partió en dos. Hace casi 2700 años el reino de Israel fue abatido por los
asirios. Hace 2560 años el reino de Judá fue liquidado por los babilonios, y
en el año 70 de nuestra era los romanos arrasaron Jerusalén. Estos son los
precedentes históricos del Estado de Israel, sus títulos de propiedad sobre
Palestina.

El Sha de Irán podría alegar títulos análogos fundado en la invasión persa
del siglo VI antes de Cristo, la Junta Militar griega podría recordar que
Alejandro ocupó Palestina el año 331, Paulo VI acordarse de que en el año
1099 los cruzados católicos fundaron el reino de Jerusalén. Los propios
historiadores árabes han señalado burlonamente que los caanitas que ocuparon
Palestina antes que los hebreos, venían de la península arábiga y eran, en
consecuencia, “árabes”.

Con la destrucción de Jerusalén –dicen– empezó la diáspora judía, la
dispersión. Desde entonces, según la leyenda moderna, el judío anduvo
errante por el mundo esperando el momento de volver a Palestina. ¿Cuántos
volvieron realmente? Historiadores ingleses afirman que en el siglo XVI
vivían en Palestina menos de 4.000 judíos, en el siglo XVIII, 5.000, y a
mediados del siglo pasado, 10.000. Es recién a fines de ese siglo cuando
algunos judíos empiezan a plantearse el retorno masivo, y cuando ese retorno
asume una forma política y una ideología: el sionismo. ¿Por qué?

UN FRUTO TARDÍO DEL CAPITALISMO
Una respuesta posible a esa pregunta surgió del campo de concentración nazi
de Auschwitz. La escribió en 1944, su último año de vida, un judío marxista
de 26 años, Abraham León: “El sionismo, que pretende extraer su origen de un
pasado dos veces milenario, es en realidad el producto de la última fase del
capitalismo”

En esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados y no
necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos, pero que ahora
es un competidor molesto para el capitalismo nativo. “Repentinamente” surge
en esos países el chovinismo antisemita, y se convierten en extranjeros
indeseables judíos integrados durante siglos a la vida de los mismos, que,
como dice León, “tenían tan poco interés en volver a Palestina como el
millonario norteamericano de hoy”.

Las persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía que a la
clase alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una nueva
integración a nivel del capital financiero internacional.

Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la
verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos
revolucionarios de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y
se configuró como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo
por aquellos banqueros que –como los Rotschild– veían venir la ola y querían
que sus “hermanos” se fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado
esa ideología encontró su profeta en un periodista de Budapest, Teodoro
Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su
herramienta en la Organización Mundial Sionista.

El retorno a Palestina tropezaba sin embargo con el inconveniente de que el
país estaba ocupado por una población –500.000 habitantes– que desde la
conquista islámica del siglo VII era árabe.

Los fundadores del sionismo negaron el problema. En 1898 Herzl hizo un viaje
a Palestina y preparó un informe donde la palabra árabe no figuraba.
Palestina era una tierra sin pueblo donde debía ir el pueblo sin tierra.. El
palestino se convirtió en “el hombre invisible” del Medio Oriente. Algunos
alcanzaron sin embargo a descubrirlo. El escritor francés Max Nordau vio un
día a Herzl y le dijo asombrado: “Pero en Palestina hay árabes” y agregó:
“Vamos a cometer una injusticia”.

EN MEDIO SIGLO EL SIONISMO REEMPLAZÓ LA POBLACIÓN ÁRABE DE PALESTINA POR INMIGRANTES EUROPEOS

“Palestina es mi país” dice Ihsan. “Nunca estuve en Palestina”, dice, “pero
algún día volveré porque nuestros comandos están peleando para que volvamos”
..

“Mi padre murió en Abar el Djelili”, dice Naifa. “La muerte de mi padre no
me duele, porque murió por nosotros”.

“Mi padre se llamaba Salah”, dice Randa. “Estaba peleando y murió”.

Ninguno de los 480 huérfanos de la escuela de Suq el Garb, al sur de Beirut,
había visto Palestina si no era a través de los ojos del padre muerto.

En el aula las muchachas se levantaron para saludar al visitante que venía
de tan lejos. En el pizarrón había una inscripción en árabe. Pregunté qué
decía. Decía: “Historia Palestina”.

La idea del Estado Judío surgió a fines del siglo pasado, como el último
proyecto de un estado europeo cuando ya no existía en Europa lugar para un
nuevo estado.

Ese estado debía en consecuencia instalarse fuera de Europa y el lugar
elegido resultó Oriente. La contradicción fue “resuelta” a través de la
ideología –el sionismo– y la ideología se alimentó en el mito bíblico y en
la simulación de que Palestina estaba deshabitada.

Históricamente, estas construcciones mentales producen víctimas. En 1900
había en Palestina 500.000 árabes y 30.000 judíos. Si en 1974 hay tres
millones de israelíes y 350.000 árabes, no hace falta preguntarse dónde
están las víctimas: están afuera de Palestina, expulsadas de su patria.

Conviene recordar –porque es la cuestión de fondo– cómo se produce ese
trasvasamiento sin precedentes en que la población de un país es reemplazada
por otra.

Los primeros inmigrantes no provocaron la desconfianza de los árabes. En
1883 los habitantes de Sarafand recibieron a los colonos que llagaban con
estas palabras. “Desde tiempo inmemorial somos hermanos de nuestros vecinos,
los hijos de Israel, y viviremos con ellos como hermanos”. Ocho años después
sin embargo los notables de Jerusalén pidieron al imperio otomano, que
gobernaba Palestina, que prohibiera la inmigración judía, y en 1898 los
árabes de Transjordania expulsaron violentamente una colonia judía.

A pesar de las prohibiciones oficiales la inmigración continuó, aprovechando
la corrupción de funcionarios turcos y de terratenientes árabes ausentistas
que vendían sus tierras. En 1907 se estableció el primer kibutz, granja
colectiva que desde el principio excluyó al trabajador árabe. Cuando en 1914
los turcos hicieron su primer y último censo, resultó que había en Palestina
690.000 habitantes, de los que 60.000 eran judíos. Ese año la guerra mundial
dio al sionismo su gran oportunidad.

INGLATERRA REGALA PALESTINA

Foreign Office, Noviembre 2, 1917.

Querido Lord Rotschild:

Tengo mucho placer en transmitirle, de parte del gobierno de Su Majestad, la
siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones Judías Sionistas, que
ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él.

“El gobierno de Su Majestad contempla con simpatía en establecimiento en
Palestina de un hogar nacional para el pueblo Judío, y usará sus mejores
esfuerzos para facilitar el cumplimiento de ese objetivo, quedando
claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos
civiles y religiosos de comunidades no-Judías existentes en Palestina, o los
derechos y el status político de que disfrutan los Judíos en cualquier otro
país”.

“Le agradeceré ponga esta declaración en conocimiento de la Federación
Sionista”.

Este trozo de papel, en apariencia inofensivo, es el fundamento moderno del
Estado de Israel. Se lo conoce como de declaración de Balfour, y lleva la
firma del canciller inglés.

Dos años después Balfour aclaró lo que quería decir: “El sionismo, bueno o
malo, es mucho más trascendente que los deseos y prejuicios de los 700.000
árabes que ahora habitan esa antigua tierra… En Palestina no pensamos llenar
siquiera la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes
del país”.

Dos años antes de la Declaración, Gran Bretaña había prometido al Shariff
Hussein, la independencia de los países árabes, a cambio de su ayuda en la
guerra contra Turquía, aliada de Alemania. Y en efecto fueron soldados
árabes los que liquidaron el dominio otomano en Medio Oriente.

La declaración Balfour se conoció después y, finalizada la guerra, sirvió de
base para la resolución de la Liga de las Naciones que convirtió a Palestina
en mandato británico. En la redacción de ese documento participó la
Organización Mundial Sionista.

A partir de ese momento la inmigración creció inconteniblemente, organizada
por la Agencia Judía, que formaba parte de la administración británica.

Cuando los ingleses hicieron su primer censo en 1922 había en Palestina
760.000 habitantes, de los que algo más de 80.000 eran judíos: o sea el 11%.
Esa proporción había subido en 1931 al 16 y en 1936 al 28%. Ese año se
produciría la primera rebelión palestina contra los ingleses, que duró tres
años y costó millares de muertos.

MANUAL DEL COLONIALISMO

Todavía en 1917 David Ben Gurion afirmó que “en un sentido histórico y
moral” Palestina era un país “sin habitantes”.

Ben Gurion no ignoraba que el 90% de los habitantes eran árabes: decía
simplemente que no existían como seres históricos o morales. Por la misma
época, según relata Fanon, los profesores franceses de la Universidad de
Argel enseñaban seriamente que los argelinos eran más parecidos a los monos
que a los hombres.

Este tren de pensamiento, llevado a sus conclusiones prácticas, puede
encontrarse en el propio fundador del sionismo, Teodoro Herzl. “La
edificación del Estado Judío” escribió “no puede hacerse por métodos
arcaicos. Supongamos que queremos exterminar los animales salvajes de una
región. Es evidente que no iremos con arco y flecha a seguir la pista de las
fieras, como se hacía en el siglo XV. Organizaremos una gran cacería
colectiva, bien preparada, y mataremos las fieras lanzando entre ellas
bombas de alto poder explosivo.”

Algunos colonizadores admitían que los palestinos eran hombres, aunque más
parecidos a los pieles rojas. “¿Quién ha dicho –preguntaba en 1921 la
Organización Sionista de Gran Bretaña– que la colonización de un territorio
subdesarrollado debe hacerse con el consentimiento de sus habitantes? Si así
fuera… un puñado de pieles rojas reinarían en el espacio ilimitado de
América.”

UN GHETTO MÁS GRANDE

La mentalidad colonial marcó profundamente el establecimiento de la
inmigración judía en Palestina. Se formaron comunidades cerradas,
exclusivas, donde el árabe era un intruso. La reventa de tierras a los
árabes se convirtió en pecado que las organizaciones terroristas judías
castigaron sangrientamente.

Aún a nivel de la clase obrera se instala una perversión de la conciencia
que convierte al trabajador árabe primero en competidor del inmigrante,
después en enemigo, finalmente en víctima. La Histradut, central sindical
judía, no admite en su seno, los boicotea, prohíbe a las empresas judías que
compren materiales trabajados por los árabes.

David Hacohen, miembro de la Histradut y años después parlamentario israelí,
ha recordado las dificultades que tuvo para explicar a otros “socialistas”
ingleses que “en nuestro país uno adoctrina a las amas de casa para que no
compren nada a los árabes, se piquetean las plantaciones de citrus para que
ningún árabe pueda trabajar en ellas, se vuelca petróleo sobre los tomates
árabes, se ataca en el mercado a la mujer judía que ha comprado huevos a un
árabe, y se los rompe en la canasta…”

La soberbia racial va moldeando esa sociedad en el más absoluto aislamiento,
como si todos los ghettos del mundo se juntaran en un ghetto más grande,
pero esta vez deliberadamente encerrado en sí mismo.

Simón Luvich, israelí exiliado en Londres, recuerda con asombro aquella
época de su infancia: “Para nosotros, los árabes eran una especie de exótica
minoría étnica, que a veces bajaba de las montañas con sus kufeyas… Nunca
entendimos de qué se trataba, porque no los veíamos.”

Galili, ministro de Información de Israel, seguía sin verlos en 1969: “No
consideramos a los árabes del país un grupo étnico ni un pueblo con carácter
nacional definido”.

Si es ceguera no ver lo que existe, a esa ceguera debe atribuirse la sangre
que ha corrido y seguirá corriendo en Palestina.

EN 1947, UNA RESOLUCIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS QUITÓ A LOS PALESTINOS EL DERECHO A TENER UNA PATRIA

El israelí se jacta ante el mundo de ser el máximo representante en la
historia de la Diáspora… Pero quien posee en tal grado el sentimiento del
destierro, llega a ser completamente incapaz de comprender que otros puedan
tener ese mismo sentimiento. No es cruel que digamos que el comportamiento
de los israelíes sionistas con el pueblo original de Palestina es similar a
la persecución nazi contra los propios judíos. (Mahmud Darwis, poeta
palestino).

El mandato británico sobre Palestina después de la primera guerra mundial
permitió cumplir con la promesa, contenida en la declaración de Balfour de
1917, de establecer un “hogar nacional” judío en un territorio poblado por
los árabes. Para el sionismo el Mandato era una etapa intermedia, necesaria
antes de establecer una población propia en Palestina como base del Estado
Judío, objetivo permanente detrás de la fachada del “hogar nacional”.

Gran Bretaña favoreció ese proyecto hasta que la inminencia de la segunda
guerra mundial le hizo ver que el riesgo de que los pueblos árabes se
alinearan junto a Alemania. Las falsas promesas de 1915 se renovaron en
1939.

En mayo de ese año el gobierno británico publicó un Libro Blanco donde
reafirmaba que no tenía el propósito de imponer la nacionalidad judía a los
árabes palestinos, prometía limitar a 75.000 el número de inmigrantes en los
próximos cinco años y, a partir de 1944, no admitir nueva inmigración sin el
consentimiento explícito de los árabes.

El Libro Blanco fue un producto tardío e ineficaz del colonialismo ingles..
En los primeros 20 años de Mandato la proporción de habitantes judíos en
Palestina pasó del 10 al 30%. Solamente en 1935 habían entrado más de 60.000
colonos: en 1940 la población judía se acercaba al medio millón.

ACEITANDO EL FUSIL

Los jefes de la Agencia Judía concibieron desde el principio la inmigración
como una “colonización armada” y construyeron una organización
semiclandestina, el Haganah, de la que en 1935 se separó un brote terrorista
de ultraderecha, el Irgun, cuyo lema era un mapa de Palestina y
Transjordania atravesado por un brazo armado y un fusil con el lema hebreo
Rak Kach (“Sólo así”).

Inicialmente estas organizaciones se limitaron a asegurar mediante el terror
la vigencia del boycot antiárabe, pero a partir de 1939 empezaron a
prepararse para combatir, también a los ingleses. Curiosamente uno de esos
preparativos consistió en el ingreso masivo de judíos en el ejército
británico: al final de la segunda guerra su número llegaría a 27.000
hombres, que serían el núcleo del ejército judío para la confrontación final
en dos tiempos: contra los ingleses y contra los árabes.

EL EMPUJÓN NAZI

El estallido de la guerra llevó a su paroxismo la persecución de los judíos
en Alemania y brindó un nuevo argumento para la inmigración en Palestina.
Ben Gurion resumió en estos términos el sentido y los límites de la alianza
entre el sionismo y Gran Bretaña: “Lucharemos junto a Gran Bretaña en esta
guerra como si el Libro Blanco no existiera, y lucharemos contra el Libro
Blanco como si no existiera la guerra”.

En la práctica esto significó desconocer las cláusulas restrictivas del
Libro Blanco e intensificar la inmigración clandestina, aún desafiando el
bloqueo inglés. Buques cargados de inmigrantes europeos fugitivos del
nazismo empezaron a llegar a las playas palestinas. Cuando en 1940 los
ingleses pretendieron devolver el cargamento de dos de esos barcos, el buque
Patria que debía transportarlos confinados a la isla Mauricio, saltó en
pedazos en el puerto de Haifa. Allí murieron 250 personas, en su mayoría
mujeres y niños. Aunque el sionismo alegó que los propios refugiados volaron
el Patria, la opinión mundial se indignó ante la insensibilidad británica.

Recién 18 años después un miembro del Comité de Acción Sionista, Rosenblum,
reveló que el Patria había sido volado por la Haganah, sin consultar a las
víctimas. “Con nuestras propias manos asesinamos a nuestros hijos”, escribió
Rosenblum.

LLEGAN LOS AMERICANOS

En 1942 el centro de gravedad del sionismo se había desplazado de Gran
Bretaña a los Estados Unidos. El 11 de mayo de ese año la Organización
Sionista Americana publicó un manifiesto que luego fue conocido como el
Programa de Baltimore. Planteaba cuatro exigencias: el fin del Mandato, el
reconocimiento de Palestina como Estado soberano judío, la creación de un
ejército judío, la formación de un gobierno judío.

En Jerusalén, la Agencia Judía adoptó el Programa de Baltimore como política
oficial del sionismo y se desligó del Mandato. Gran Bretaña había cumplido
su ciclo. Iba a librar aún acciones de retaguardia, condenadas de antemano,
pero dejaría en Medio Oriente –como en la India, como en Irlanda– la semilla
de un conflicto inagotable.

Los norteamericanos tomaron el relevo de los ingleses y no lo abandonaron
hasta hoy.
Cuando en 1945 se desmoronó el nazismo y se abrieron las puertas de los
campos de concentración –las cámaras de gas, los patéticos restos de una
infinita carnicería–, un sentimiento de horror sacudió a Europa.

Los europeos tienen una singular capacidad para proyectar los propios
demonios a lejanos escenarios. Muchos franceses creen que las atrocidades de
Hitler son distintas de sus propios crímenes en Indochina y Argelia:
ingleses que no han oído de Kenya se asustan de las persecuciones de Stalin,
y algunos italianos están convencidos de que el fascismo nació en la
Argentina.

De acuerdo con este esquema, el exterminio de los judíos iba a ser purgado
no en el lugar donde ocurrió, sino en Medio Oriente: no por quienes lo
ejecutaron o lo permitieron sino por gente que no tenía nada que ver.

El proyecto de un Estado Judío en Palestina se convirtió así en clamor
mundial y los dirigentes sionistas lo explotaron serenamente. Los 225.000
sobrevivientes de los campos de concentración fueron canalizados a Palestina
aumentando una población que ya al fin de la guerra ascendía al 32%.

Entretanto se preparaba la guerra. No se había disipado el humo sobre las
ruinas de Berlín ni se había desenterrado el espanto total de Auschwitz
cuando David Ben Gurion, futura cabeza del Estado de Israel, negociaba en
Estados Unidos la compra de armamento pesado y la reorganización de la
Haganah por militares norteamericanos.

NACE UNA NACIÓN

Una fulgurante campaña de terror contra los ingleses precipitó el epílogo.
En febrero de 1947 Gran Bretaña anunció que, en esas condiciones, no estaba
dispuesta a seguir gobernando Palestina, y devolvió a las Naciones Unidas el
Mandato que le había entregado la Liga de las Naciones.

La Asamblea de la UN discutió siete meses el tema y finalmente elaboró una
solución “salomónica”. Palestina sería dividida en dos Estados: uno judío,
otro árabe.

En ese momento había en Palestina 1.200.000 árabes y 600.000 judíos.. Los
palestinos poseían el 94% de la tierra y los judíos el 6%.

El Plan de Partición de las Naciones Unidas dividió el país en dos. En uno,
que se convertiría en el Estado de Israel, y que abarcaba el 60% de las
mejores tierras cultivables, había 500.000 judíos y 400.000 palestinos. En
el 40% restante, que nunca llegó a convertirse en Estado, y que hoy forma
parte de Israel, había 800.000 palestinos y 100.000 judíos.

El mapa resultante es un notable ejercicio de topología en que ambos países
aparecen superpuestos, con pasadizos y corredores para comunicar regiones
separadas. Lo que no dice el mapa es que la mitad de las tierras de
propiedad palestina caían bajo jurisdicción israelí, y que en millares de
casos la aldea árabe quedaba separada de las tierras que cultivaban sus
habitantes.

El 29 de noviembre de 1947, por una mayoría de dos tercios que encabezaban
los Estados Unidos y la Unión Soviética, la Asamblea de la UN aprobó el Plan
de Partición y desencadenó la desgracia del pueblo palestino, el genocidio,
el éxodo y la guerra.

En la votación los norteamericanos presionaron hasta el límite a los dóciles
gobiernos asiáticos y latinoamericanos. Una empresa yanqui compró a la vista
de todo el mundo el voto de un país africano. El secretario de Defensa
norteamericano James Forrestal, que no era propenso a escandalizarse, pudo
escribir: “Los métodos que se han usado en la Asamblea General para
presionar y coercionar a otras naciones, bordean el escándalo”.

Así nació Israel. Pero la historia no terminaba. Al día siguiente de la
votación, el sionismo lanzó todo el peso del terror para despojar a los
árabes del territorio que le había dejado el Plan de Partición.

EL TERROR SIONISTA Y EL ÉXODO PALESTINO. LA MASACRE DE DEIR YASSIN SENTÓ UN MODELO DE ESCARMIENTO

“Durante tres días, del 11 al 13 de diciembre, atacamos en Haifa y en Jaffa,
en Tireb y Yazur. Atacamos y volvimos a atacar en Jerusalén… Las bajas
enemigas en muertos y enemigos fueron muy altas”.

De este modo describe Menajem Begin, el jefe del Irgun, el comienzo de la
guerra que durante siete meses sacudió a Palestina en 1947-48.

El objetivo de esos ataques no eran ya los ingleses. El 29 de noviembre las
Naciones Unidas habían votado la partición de Palestina y Gran Bretaña
anunció el 14 de mayo de 1948 que retiraba sus últimas tropas.

El blanco de la ofensiva en que participaron la Haganah, el Irgun y la Banda
Stern era la población Palestina, desarmada y desorganizada.

En septiembre de 1946 la Haganah había caracterizado al Irgun y la Banda
Stern como “organizaciones que se ganan la vida mediante el gangsterismo, el
contrabando, el tráfico de drogas en gran escala, el robo a mano armada, el
mercado negro”.

Esta suma de dicterios expresaba en realidad diferencias políticas y de
método. Mientras la Haganah, brazo armado de la Agencia Judía, se definía
como “socialista” y buscaba una imagen de respetabilidad, el Irgun
evolucionaba hacia las posiciones fascistas que hoy sostiene el partido
Herut, encabezado por el mismo Begin y la Banda Stern era un grupo de
desesperados de ultraderecha.

A pesar de las acciones espectaculares del Irgun, Haganah fue siempre la
organización de mayor peso y de ella surgieron los líderes, hasta hoy, del
Estado de Israel.

Como jefe militar aparecía Moshe Sneh. La cabeza real era Ben Gurion –luego
primer ministro– y entre sus dirigentes figuraban Moshe Dayan, hasta hace
poco ministro de Defensa, y el actual primer ministro Itshak Rabin.

Un comité anglonorteamericano de investigación sobre la violencia en
Palestina describió en 1946 los efectivos de la Haganah: una fuerza
territorial de reserva de 40.000 colonos, un ejército de campaña de 16.000,
y una fuerza de choque, el Palmach, que oscilaba entre 2.000 y 6.000.
El Irgun tenia de 3.000 a 5.000 combatientes; la Banda Stern alrededor de
300.

Separadas por ácidas disputas, estas tres fuerzas confluyeron rápidamente
ante el anuncio de la retirada inglesa, aceptaron la hegemonía de la Haganah
y pusieron en práctica el llamado Plan D, que consistía en aterrorizar a la
población árabe en el período de vacío político comprendido desde el voto de
la UN y la retirada inglesa y limpiar de árabes el Estado Judío y ocupar
todo el territorio posible del Estado Árabe previsto por el Plan de
Partición.

DEIR YASSIN

Las primeras operaciones combinadas de las organizaciones sionistas se
desataron en diciembre de 1947 sobre la carretera que unía los dos
principales baluartes judíos: la ciudad costera de Tel Aviv y el barrio
judío de Jerusalén. La carretera estaba flanqueada por aldeas árabes, lo que
equivalía al bloqueo de Jerusalén.

La primera etapa consistió en operaciones de hostigamiento contra esas
aldeas, duró hasta marzo de 1948 y dejó 1700 muertos. La ofensiva en gran
escala comenzó el 3 de abril cuando el Palmach tomó por asalto la aldea de
Qastall, situada sobre un cerro que dominaba la carretera.

Seis días después el Irgun con el conocimiento de la Haganah, desarrolló una
operación que hasta el día de hoy aparece ante cien millones de árabes como
el símbolo del horror: el asalto y la masacre de Deir Yassin.

Deir Yassin era una pequeña aldea árabe situada cinco kilómetros al oeste de
Jerusalén. No tenía importancia estratégica alguna y sus habitantes
permanecían al margen de la conflagración. En la mañana del 9 de abril, 200
efectivos del Irgun y la Banda Stern entraron a sangre y fuego casa por
casa, masacrando a 254 hombres, mujeres y niños, saquearon, violaron,
mutilaron cadáveres y los arrojaron a una fosa común.

“El baño de sangre de Deir Yassin” –admitió después el escritor judío Arthur
Koestler- “fue la peor atrocidad cometida por los terroristas en toda su
carrera”.

DISCURSO DEL MÉTODO

En su libro La Rebelión, el autor de la masacre, Menajem Begin, aclaró sus
motivos. Después de Deir Yassin, dice, “un pánico sin límites asaltó a los
árabes, que empezaron a huir en salvaguarda de sus vidas. Esta fuga en masa
se convirtió en un éxodo enloquecido e incontrolable. De los 800.000 árabes
que vivían en el actual Estado de Israel, sólo quedaron 165.000”.

La opinión de Begin es confirmada por Koestler: “La población árabe fue
presa del pánico y escapó de sus pueblos y aldeas lanzando el lastimero
grito: Deir Yassin. Huyeron de sus casas dejando a medio beber el último
café en el pocillo de porcelana”.

Si los detalles de la masacre de Deir Yassin merecen un tratamiento aparte
cuando se discuta el rol del terrorismo en las luchas palestinas, sus
efectos políticos y militares se hicieron evidentes enseguida.

Tres días después el Palmach tomó Kolonia sin lucha y dinamitó una por una
las casas árabes. Cinco aldeas más fueron destruidas por la fuerza de choque
del Haganah antes del 17 de abril con un saldo de 350 muertos. El 21 de
abril, dice Begin, “todas las fuerzas judías penetraron en Haifa como un
cuchillo entra en la manteca. Los árabes escapaban aterrados gritando Deir
Yassin”.

Haifa era la segunda ciudad de Palestina. En una semana su población se
redujo de 60.000 a 9.000.

El 25 de abril el Irgun atacó Jaffa, la ciudad árabe contigua a Tel Aviv. Al
principio hubo resistencia, pero después se repitió el fenómeno: los árabes
escapaban por decenas de millares. Aquí no fue necesario el ejemplo de Deir
Yassin: los últimos defensores de Jaffa fueron fusilados sobre el terreno,
los sobrevivientes expulsados con lo puesto, y las casas dinamitadas una
tras otra.

El mismo día la Haganah tomó Acre. Bastó un megáfono y el anuncio de
represalias, para que el éxodo se repitiera.

Mientras estos episodios se repetían en centenares de aldeas y decenas de
millares de familias palestinas ambulaban por los caminos que conducían al
Líbano, Siria, Jordania, las tropas británicas observaron con singular
indiferencia, limitándose a impedir que los incipientes ejércitos de los
países árabes violaran las fronteras del nuevo Estado de Israel.

El 14 de mayo las últimas columnas del ejército inglés desfilaron al son de
las gaitas por las calles de Jerusalén. En el primer minuto del 15, una
exclamación de júbilo brotó de las posiciones conquistadas por los
israelíes: era el Día de la Independencia.

Nathan Chowsi, un judío que emigró a Palestina en 1906, ha calificado ese
júbilo:

“Los viejos colonos de Palestina podríamos relatar de que manera nosotros,
los judíos, expulsamos a los árabes de sus ciudades y sus aldeas… Aquí había
un pueblo que vivió 1300 años en su propia tierra. Vinimos nosotros y
convertimos a los árabes en trágicos refugiados. Y todavía nos atrevemos a
calumniarlos y difamarlos, a ensuciar su nombre. En vez de sentirnos
profundamente avergonzados por lo que hicimos, y tratar de enmendar todo el
mal que hemos cometido, ayudando a esos infelices refugiados, justificamos
nuestros actos terribles, y tratamos inclusive de glorificarlos”.

PRODUCTO DE TRES GUERRAS Y DE INNUMERABLES PERSECUCIONES EL PUEBLO DE LAS TIENDAS AGUARDA SU HORA

– ¿Usted de dónde es?
– Soy de Jaffa.
– ¿Y dónde vive?
– Yo vivo en una carpa. Y usted, ¿de dónde es?
– Soy de Bulgaria.
– ¿Y dónde vive?
– Vivo en Jaffa.
(Arlette Tessier. “Diálogo en Gaza”)

“Esta es una transmisión de la Haganah, intimidando a los árabes a que
abandonen esta distrito antes de las 5:15 de la madrugada. Tengan piedad de
sus mujeres y de sus hijos y salgan de este baño de sangre. Váyanse por el
camino de Jericó, que todavía está abierto. Si se quedan, vendrá el
desastre”.

Aún no había amanecido el 15 de mayo de 1948, Día de la Independencia de
Israel, cuando decenas de camiones equipados con altoparlantes transmitían
este mensaje a las poblaciones árabes.

El desastre que se invocaba no era una amenaza hueca. El recuerdo de la
masacre de Deir Yassin se unía en la mente de los palestinos al de decenas
de pueblos y ciudades ocupados a sangre y fuego.

El Plan Dalat o Plan D, puesto en ejecución por el alto mando de la Haganah,
al que se plegaron las otras dos organizaciones terroristas –Irgun y Stern-
incluyó trece campañas militares en regla entre el 1º de abril (Operación
Nachshon) y el 14 de mayo (Operaciones Ben Ami, Pitchfork y Schfilon). Ocho
de ellas se desarrollaron fuera de Israel.

El resultado de estas operaciones fue la ocupación de Haifa, Jaffa, Beisan,
Acre, barrio residencial árabe de Jerusalén y otras poblaciones menores, así
como la “purificación” de Galilea.

Antes que Ben Gurion proclamara el Estado de Israel en un museo de Tel Aviv,
bajo un retrato de Teodoro Herzl fundador del sionismo, había ya 400.000
palestinos fugitivos. Pero en la madrugada del 15 las fuerzas israelíes
cruzaron arrolladoramente las fronteras del Estado árabe consagrado por el
Plan de Partición de la UN que, de ese modo, no llegó a existir.

Es entonces cuando se produce, según la historia oficial israelí, pródiga en
mitos, “la invasión de cinco poderosos ejércitos árabes” contra el indefenso
Estado de Israel.

EL COWBOY Y EL PIELROJA

Después de la guerra del 48, cada bando hizo su balance militar. Solamente
la Haganah, que en 1946 tenía 65.000 hombres (fuente británica) y en 1948,
90.000 (fuente israelí), contaba un año antes de la guerra con 10.000
fusiles, 1.900 metralletas, 600 ametralladoras y 768 morteros: en este caso
la fuente es Ben Gurion. En los meses anteriores a la Partición, ese
armamento se multiplicó merced a la introducción “clandestina” de una
fábrica capaz de producir 100 metralletas y 50.000 balas por día. Y en
vísperas de la guerra, agentes israelíes contrabandearon por barco y por
avión millares de fusiles y ametralladoras checas.

Fuentes árabes estiman el total de sus fuerzas en 21.000 hombres mal
equipados, con largas líneas de comunicaciones. En Egipto reinaba el
corrompido rey Faruk, cuyo primer ministro Nokrashy no tenía el menor
interés en mandar hombres a Palestina, desafiando a los ingleses que aún
ocupaban el Canal de Suez. En Irak gobernaba un títere de los ingleses, Nuri
as Said. Siria acababa de independizarse de los franceses y su ejército no
superaba los 3.000 hombres. El “ejército” libanés tenía apenas 1.000
reclutas.

La única fuerza militar atendible, la Legión Árabe, reunía 4.000 hombres
adiestrados y conducidos por oficiales ingleses. El Foreign Office llegó a
un acuerdo con el rey Abdullah, por el que se impidió a la Legión violar la
frontera israelí. (Abdullah pagó después su traición a manos de un refugiado
palestino)

En estas condiciones la invasión de los “poderosos ejércitos árabes” en
apoyo de sus hermanos palestinos resultó apenas un gesto desesperado.

A pesar de todo, esas fuerzas consiguieron algunos éxitos iniciales, cuyo
eje era el bloqueo de Jerusalén, pero el 11 de junio aceptaron una tregua
que les hizo perder todas las ventajas conseguidas. En menos de un mes la
Haganah terminó de convertirse en un ejército regular, y cuando el 7 de
julio se reanudó la lucha, duró apenas diez días. Ahora sí, los árabes
estaban vencidos.

EL MASACRADOR DE LYDDA

En el contexto de la derrota, cabe el estilo de la victoria. El 11 de julio
de 1948, la población árabe de Lydda, que se había rendido a los israelíes,
se sublevó al advertir la presencia de unos tanques jordanos. El tercer
regimiento del Palmach liquidó en horas la insurrección, entrando casa por
casa y disparando sobre todo lo que se movía. Según fuente israelí, hubo 250
muertos. Según fuente árabe, entre 500 y 1.700, de los cuales 150 fusilados
en la Gran Mezquita convertida en prisión. El escritor inglés Erskine
Childers dice que una columna israelí entró en el pueblo disparando en todas
direcciones: “los cadáveres de hombres, mujeres y niños quedaron
desparramados en las calles, tras esta carga implacablemente brillante”.

Y dice quién iba al frente de la columna: Moshe Dayan, un nombre que haría
historia.

Tras la firma del armisticio, Israel se quedó con 3.500 kilómetros cuadrados
más de tierra palestina, Faruk se apropió la franja de Gaza y la monarquía
hachemita anexó la Cisjordania. Palestina había dejado de existir. Casi
900.000 palestinos se amontonaban en los campamentos de refugiados de
Jordania, Siria, Líbano, Gaza, alimentándose con las raciones de socorro de
la UN. Una generación entera nació y creció bajo las carpas. En 1954 eran
más de un millón, en 1956, 1.300.000. Otros 500.000 habían emigrado al
Canadá, al Brasil y a otros países.

En 1956 esos desterrados vieron pasar entre columnas de polvo los tanques
israelíes que se lanzaban sobre el Sinaí, mientras los ingleses y los
franceses ocupaban el Canal. Meses después los vieron regresar.

En 1967 el dios de la guerra volvió a tronar en los escuálidos campamentos
del Pueblo de las Tiendas.

LA PAZ ISRAELÍ

“Fue con repugnancia que vi por televisión las escenas de Israel en aquellos
días; la ostentación del orgullo y la brutalidad del conquistador; los
estallidos del chauvinismo; y las salvajes celebraciones del inglorioso
triunfo, contrastando con las imágenes del sufrimiento y desolación árabe,
las caravanas de refugiados jordanos y los cadáveres de los soldados
egipcios muertos de sed en el desierto. Contemplé las figuras medievales de
los rabís y los khassidim saltando de alegría en el Muro de los Lamentos; y
sentí como los fantasmas del oscurantismo talmúdico –que bien conozco- se
amontonaban sobre el país, y cómo la atmósfera reaccionaria de Israel se
volvía densa y sofocante”.

Este es el comentario de un escritor judío, Isaac Deutscher, a la fulgurante
campaña de los Seis Días que, en junio de 1967, arrojó al ejército egipcio
al otro lado del Canal de Suez. Sus glorias han sido suficientemente
cantadas. Entre ellas no figura probablemente la expulsión de 250.000
palestinos que aún quedaban en Cisjordania y Gaza.

En el vacío que dejó el largo éxodo palestino, se estableció la Paz Israelí.
El profesor de matemáticas italiano le sacó la casa al tendero árabe. El
lingüista inglés construyó la suya sobre un espacio demolido. El pintor
apátrida del Quartier Latin se rodeó de un ambiente “oriental”. El ingeniero
agrónomo argentino se fue al kibutz donde ya no quedaba ni memoria del
fellah que durante trece siglos le preparó la tierra: como si no hubiera
tierra en la Argentina.

EN LA RESISTENCIA ARMADA EL PUEBLO PALESTINO ENCONTRÓ AL FIN SU IDENTIDAD NEGADA POR LA OCUPACIÓN

“Yo soy de Djebelia, en la franja de Gaza. Allí éramos 16.000 concentrados.
Nos quitaron las casas, destruyeron los campos y se repartieron todo.
Quieren que todo cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más
vieja, la que se fue en 1948, no la dejan volver para que no puedan
reconocer los lugares. Nos incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos
vayamos a países más ricos. ¡Vayan a Canadá, a Argentina, allá van a estar
bien! Tal vez ellos han venido de allá, ¿no?”

“Djebelia tenía fama de brava. A los que éramos de Djebelia no nos daban
trabajo, decían que éramos peligrosos. Un día, en 1969, nos bombardearon.
Empezaron a las 10 de la mañana y nos cañonearon hasta las 5 de la tarde.
Hubo 500 muertos. ¿Por qué? Porque somos palestinos. De noche rodean el
campamento con tanques, no nos dejan salir. Y sin embargo, tienen miedo: yo
aprendí el israelí y los oigo conversar. Cuando pasan en un jeep, van
sentados alrededor del jeep, apuntando en distintas direcciones”.

El muchacho se ríe. Estamos en el campamento de Borje Barashne, al sur de
Beirut, capital de Líbano, a cuya Universidad ha venido a estudiar. Hay
20.000 refugiados en este campamento que es en realidad un pueblo, una villa
cuya copia casi exacta son algunas manzanas de la villa de Retiro: pequeñas
casas de bloques con techos de chapa, pasillos de material con la canaleta
por donde circula el agua, canillas colectivas. E igual que nuestro villero,
el palestino pone una planta, aunque sea una maceta, en el mínimo espacio
libre: recuerdo del campo al que uno y otro pertenecen.

Después las diferencias. No hay calles, solamente pasillos, porque en Medio
Oriente el espacio es distinto que en Argentina: Líbano cabe dos veces en la
provincia de Tucumán. Pero otra diferencia que al principio casi no se nota,
va penetrando como la verdad esencial del campamento. Son los hombres
vestidos de caqui que sentados en alturas estratégicas vigilan con el fusil
AK cruzado sobre las rodillas, es el jefe de la milicia local que sale a
recibirnos, es la puerta de madera de una casa donde el refugiado que la
habita ha pintado todo a lo alto la bandera roja, verde, blanca y negra de
la Resistencia palestina, y adentro de la bandera su nombre en árabe.
Administrativamente, el campamento depende de la UN. Políticamente, la
palabra es Fatah.

LA LUZ DE LA ESPERANZA

En una oficina de Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de Fatah
(sigla de Movimiento Nacional de Liberación Palestina) enumeró ante el
enviado de Noticias las etapas de la Resistencia.

“La primera etapa, antes de 1965, fue de preparación y organización.
Llegamos a la conclusión de que la lucha armada era la única salida para el
pueblo palestino, y desde ese año empezamos a ponerla en práctica. Fue una
época llena de dificultades: teníamos tantos enemigos… No eran sólo los
israelíes, sino también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los
países árabes. Nuestro primer mártir, Ahmed Muza, fue abatido por el
ejército jordano al cruzar la frontera con Israel.

“Nuestras operaciones militares fueron una de las razones que alegaron los
israelíes para desencadenar la guerra de 1967. Pero allí los países árabes
fueron derrotados y se instaló un clima de derrota. Era importante acabar
con ese clima, y por eso, apenas terminada la guerra, nosotros reanudamos
las hostilidades. Eso fue el 28 de agosto de 1967.

“En cuatro meses, lanzamos 79 operaciones en el interior de Palestina,
pusimos fuera de combate a más de 300 sionistas, volamos dos trenes
militares, derribamos tres helicópteros, destruimos medio centenar de
vehículos, hicimos estallar el depósito de explosivos de Acre y bombardeamos
con bazukas los suburbios de Jerusalén y Tel Aviv.

“El precio fue duro: perdimos 46 hombres, de los cuales la mitad eran
cuadros de conducción.

“Pero en todo el mundo árabe esa actividad de Fatah fue percibida como una
luz de esperanza, que se agrandó el 21 de marzo de 1968, cuando dimos la
batalla de Al Karameh”.

EL SIGNO DE KARAMEH

Si Deir Yassin es para los palestinos el recuerdo que sobrecoge y enfurece,
Al Karameh simboliza la recuperación de la propia identidad negada tras la
derrota, la confiscación, la persecución, el exilio. Dice un combatiente:

“En esa época, nuestro problema era obtener bases permanentes. En la guerra
de junio habíamos perdido las bases de Gaza y Cisjordania. Entonces
empezamos a filtrarnos en Jordania, por separado, de a uno o de a dos. Así
se formó la base de Al Karameh, en el campamento de ese nombre que existía
desde 1948. Juntamos 500 combatientes en la zona. De allí lanzamos una
escalada operativa.

“El gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los israelíes
empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación de represalia en
gran escala, para aplastarnos. Concentraron 15.000 soldados, con tanques.
Pero estaban tan orgullosos de la victoria de junio, tan seguros de que
nadie podía oponerles resistencia, que no tomaron medidas de seguridad.
Nosotros nos enteramos 48 horas antes de la operación.

“Llamamos a todas las organizaciones palestinas para que discutiéramos si
debíamos enfrentar el ataque o retirarnos. Algunos dijeron que los
principios de la guerrilla prohibían el choque frontal, que si el enemigo
ataca en fuerza, nosotros nos retiramos, todas esas cosas.

“Fatah sostuvo que todo eso era cierto, pero que aquí lo fundamental era el
marco político: la derrota árabe, el pueblo desesperado. Fatah decidió dar
la batalla, a todo o nada. Sólo nos acompañó una pequeña organización, el
Ejército de Liberación Palestino.

“Con ellos distribuimos los 500 puestos de combate. No era una emboscada, Al
Karameh era terreno llano, con una población, una villa de emergencia. Había
que pelear como se pudiera. Durante toda la noche cavamos pozos, nos
enterramos, y esperamos el amanecer.

LA PICADURA Y EL BURRO

“A las 5 de la mañana empezaron la preparación de artillería, después
avanzaron los tanques. Venían como para desfile. Traían periodistas y Dayan
les dijo que iban a almorzar en Amán, la capital de Jordania. Cuando les
paramos un tanque con un bazukazo, y después otro, se quedaron como
sorprendidos. No esperaban eso. Retrocedieron, después volvieron a avanzar.
Ahora venían con aviones y helicópteros además de los tanques. Les
resistimos trinchera por trinchera, les resistimos hasta el mediodía.

“Y en esas siete horas interminables, detrás nuestro estaba el ejército
jordano, inmóvil. Los oficiales miraban la batalla con sus prismáticos. El
rey Hussein había ordenado no intervenir, y los oficiales miraban: oficiales
árabes.

“No se sabe quién dio el grito, quién no aguantó más. Y de pronto el
ejército jordano avanzaba, desobedeciendo órdenes, se juntaba con nosotros.
Eso fue a mediodía.

“A las ocho de la noche la división israelí empezó a retirarse. No podíamos
creerlo, era la primera vez que sucedía, la primera vez en la historia. Y
cuando avanzamos vimos el daño que les habíamos hecho: los tanques
destruidos, los equipos abandonados.

“Al día siguiente Hussein se hizo fotografiar en un tanque capturado. A
Dayan le preguntaron para cuando era el almuerzo en Amán, y él contestó que
sólo el burro no cambia de opinión. A Levy Eshkol le preguntaron que había
sucedido, y él dijo que el que busca miel, debe esperar algunas picaduras..

“Aquella picadura la hicimos nosotros, y nos costó. Nos costó 90 muertos,
que son muchos cuando sólo teníamos 500 hombres. Pero Al Karameh cambió
todo, fue un viraje decisivo. Les demostró a todos los árabes que ellos
podían derrotar al ejército israelí.

“Para nosotros, el resultado fue tremendo. Hasta entonces, Al Fatah era una
organización estrictamente secreta, un puñado de hombres. La batalla de Al
Karameh demostró a las masas que éramos sinceros, que podíamos convertirnos
en el cuchillo y en la víctima como dice uno de nuestros documentos, “entrar
en la batalla para crearlo todo de la nada”, que los palestinos podíamos
cerrar el puño sobre la brasa ardiente, como dice nuestro hermano Abu Ammar
(Arafat)”

Después de la batalla de Al Karameh millares de palestinos acudieron a
incorporarse a Al Fatah, que aún no estaba preparado para recibirlos, aunque
tuvo que abrir las puertas. Otras organizaciones se enriquecieron con ese
flujo. Un año después la Resistencia palestina se paseaba libremente por
Siria, tenía una estación de radio en El Cairo, dominaba prácticamente en
Líbano y Jordania.

Sobre ese transitorio triunfo iba a abatirse la traición del rey Hussein. La
esperanza palestina ardería en las calles de Amán, en las montañas de
Jordania, antes de renacer poco a poco como una llama que no está destinada
a apagarse.

“EL SIONISMO NO ES SÓLO EL ENEMIGO DE LOS ÁRABES, ES EL ENEMIGO DE TODA LA HUMANIDAD” – FATAH

En la oficina de Fatah en Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de
la Organización, refirió a Noticias las etapas posteriores a la batalla de
Karameh, que en 1968 demostró por primera vez que una fuerza árabe podía
enfrentar al ejército israelí.

“En Karameh, la Revolución Palestina creó las circunstancias de su propio
crecimiento. Todo el mundo árabe se acercó a nosotros. Inversamente nuestros
enemigos redoblaron sus esfuerzos para destruirnos. Los israelíes atacaron
nuestras bases y nuestros campamentos, y los gobiernos árabes reaccionarios
también. Esas tentativas culminaron en Jordania, en setiembre de 1970. El
ejército de Hussein atacó nuestras bases y nuestros pueblos, con tanques y
aviones.

“No consiguió aplastarnos pero mató a muchos miles de compañeros. La masacre
se reanudó en julio de 1971. Tuvimos que salir de Jordania.

“Con la pérdida de nuestras bases jordanas, empieza la cuarta etapa de
nuestras luchas. Al principio nuestra actividad disminuyó. Tuvimos que
adoptar una nueva política, concentrar la fuerza de Fatah en los propios
territorios ocupados. El resultado se vio después de un año, con el aumento
de las operaciones.

“También aumentamos la acción política, la duplicamos. El resultado es que
actualmente la opinión pública mundial empieza a comprender que no hay
acuerdo estable en Medio Oriente sin el pueblo palestino, que no hay paz sin
Revolución Palestina.

“Actualmente la totalidad de los países africanos, con excepción por
supuesto de los residuos coloniales, reconocen a la OLP como el único
representante legítimo del pueblo palestino. En la Conferencia de Países no
Alineados de Argel, el año pasado, 72 estados reconocieron a la OLP. O sea
que las relaciones de la Revolución Palestina con el resto del mundo crecen
día a día, y particularmente con el bloque socialista encabezado por la
Unión Soviética.

“Por supuesto que no nos quedamos en eso. En la última guerra, la de
Octubre, todo el mundo sabe –y principalmente los israelíes- que no hubo dos
frentes, sino tres: el egipcio, el sirio y el palestino”.

OLP Y CNP
Fatah es la fuerza hegemónica de la guerrilla palestina. Su líder Abu Ammar
(Arafat) preside la OLP y, desde comienzos de junio de 1974, el Consejo
Nacional Palestino. Pero no es la única organización de la Resistencia.

En la OLP figuran, además de Fatah, el Frente Popular dirigido por Habache,
el Frente Democrático de Hawathme (escisión del FP) y Saika, organización
adiestrada por los sirios.

Después de Fatah, Saika es probablemente la de mayor capacidad militar, y el
FD, que se define como marxista-leninista, la de mayor capacidad política,
mientras que la estrella de Habache, inclinado al ultraizquierdismo, parece
declinar.

Fuera de la OLP se encuentra todavía el Comando General, escindido del FP y
dirigido por Ahmad Jibril, que saltó a la notoriedad a comienzos de este año
con la operación de Kyriat Shmonet.

El Consejo Nacional Palestino, CNP, la organización más amplia de la
Revolución, incluye no sólo a las organizaciones guerrilleras, sino a los
frentes de masas, delegados de territorios ocupados y de la emigración y de
grupos financieros y religiosos.

A los dirigentes de Fatah no les gustan las fotografías ni las
autobiografías. Trazar su historia no es fácil. Un documento de la
Organización, fechado en 1969, admite que sus creadores fueron un grupo de
intelectuales que publicaban la revista Nuestra Palestina, antes de optar
por la lucha armada. En ese punto su primera preocupación fue financiar la
futura Organización, sin pedir ayuda a los gobiernos árabes, y el camino que
eligieron fue heterodoxo:

“Ya no es un secreto que buscamos empleo o desarrollamos actividades
comerciales en las regiones árabes ricas en petróleo, como el Golfo. Al
principio esto creó una atmósfera particular alrededor de Fatah, pero eso no
nos desalentó… porque nosotros sabíamos que nos privábamos hasta de lo
esencial para ahorrar el máximo de nuestros ingresos y destinarlo al
movimiento”.

¿Quiénes eran? Los nombres de guerra de alguno de ellos –Abu Ammar, Abu
Iyad, Abu Ihad- son conocidos, pero salvo el primero (Arafat), poco se sabe
de los demás. Los tres pertenecen sin embargo al grupo que fue al Golfo a
trabajar. Cuando en 1965 decidieron lanzar la guerra, volvieron a suelo
palestino. Abu Ammar operó allí, en Cisjordania, viviendo como un pastor a
medias ciego, de gruesos anteojos negros. Su designación como “vocero” de
Fatah fue una decisión en la que no participó.

“Necesitábamos un hombre que pudiera hablar en nombre de Fatah. La prensa
israelí había empezado a concentrarse en el nombre de Abu Ammar, porque era
uno de los líderes en territorio ocupado, y un combatiente de primera fila…
La dirección se reunió y lo designó vocero. Era el único miembro de
dirección que no estaba presente. La decisión se anunció y él tuvo que
cumplir con la decisión”.

HABLA FATAH

A pesar del origen de sus fundadores, Fatah puso siempre el acento en la
lucha de masas, además de la acción armada: “Si abordáramos solamente la
lucha armada, estaríamos condenados al fracaso, porque en términos militares
partimos de una situación de inferioridad. Pero si abordáramos solamente la
lucha política, también estaríamos perdidos, porque tarde o temprano nos
chocaríamos con la realidad de que el enemigo nos domina por la fuerza. La
lucha armada es indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de
otra equivale a convertir la guerra revolucionaria en una aventura.

“En consecuencia, nosotros no diferenciamos entre acción política y acción
militar, ni mandamos a combatir a nadie que no haya pasado por la
organización política”.

¿Cuál es el objetivo último de Fatah? Sus dirigentes lo vienen repitiendo
desde hace años: la creación de un estado y no religioso en Palestina.. ¿Cuál
sería la situación de los judíos en ese Estado?

“Fatah no toma las armas contra los judíos. Aceptamos a los judíos como
ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes. Fatah toma
las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el sionismo es
el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no
solamente de los árabes”.

Preguntó un periodista:
– ¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier
lugar del mundo?

Contestó Fatah:
– Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado.

EL BOMBARDEO DE ALDEAS LIBANESAS DESNUDA LA ESENCIA DE UN TERRORISMO QUE SE LLAMA “REPRESALIA”

Otra vez los rockets de los Phantom se han abatido sobre las aldeas del
Líbano, un país pequeño que no tiene ejército ni aviación y cuyo pecado es
dar refugio a 300.000 palestinos, una décima parte de los expulsados de su
patria por los israelíes.

Nuevamente los campamentos de refugiados son descriptos como “bases”
guerrilleras. Visité uno de esos campamentos, el de Nabatiyeh, al día
siguiente de su casi total destrucción por los aviones israelíes, el 16 de
mayo de este año. Vi las pequeñas casas arrasadas como por una enorme
topadora, los utensilios de cocina desparramados, ropa de mujer colgando de
los árboles calcinados.

Eso no era una base.

Esto no significa que en Líbano, en Siria, en cualquier país árabe, no
existan bases de fedaín. Existen pero ni están a la vista, ni albergan una
población civil de millares de almas, ni están indefensas, ni son
bombardeadas.

Desde hace 25 años Israel vive anticipando ataques, en perpetuo estado de
“represalia”. Una propaganda que empieza a volverse torpe describe cada
acción de sus fuerzas como respuesta a un acto de terrorismo.

En cada oportunidad se resucita la historia de ese terrorismo, se invoca
Maalot, Kyriat Shmoné, Lod, Munich. Entre esos actos y los campos nazis de
concentración se establece una continuidad, se retrocede a los pogroms
zaristas, a la intemporal persecución del judío. En este proceso se ha
perdido de vista toda la verdad: el palestino despojado de su patria se ha
convertido en agresor, la víctima en verdugo.

Se discute sobre los métodos. ¿Por qué los palestinos atacan escuelas? He
visto la escuela de Nabatiyeh, nivelada con la roca. ¿Por qué los palestinos
tiran granadas en un mercado? En Ain el Hue, la semana pasada, no quedó
siquiera el mercado, bajo las bombas israelíes de 250 kilos.

La discusión sobre los métodos es una de las formas de eludir la discusión
sobre el fondo, reemplazar el porqué por el cómo.

Pero aún esa discusión secundaria no debe ser rehuida.

¿DE QUIEN ES EL TERROR?

Hablemos de Maalot, por ejemplo. Las cosas en Maalot no empezaron el 15 de
mayo de 1974, con la matanza de 22 estudiantes israelíes. Empezaron el 15 de
mayo de 1948, con el Estado de Israel. Porque Maalot no se llamaba Maalot,
sino Tarchiha, y no era un pueblo judío sino una aldea árabe. ¿Dónde está
Tarchiha? Arrasada, borrada del mapa.

Volvamos a Deir Yassin, otra aldea árabe hoy enterrada bajo Kfar Shaul, un
suburbio de Jerusalén. 9 de abril de 1948. Fuerzas de la Haganah y del Irgun
atacan la aldea, matan a 254 habitantes, descuartizan los cadáveres y los
tiran a un pozo. Escuchemos el testimonio del coronel Meir Bail del ejército
israelí, que tardó 24 años en hablar: “Los soldados peinaron las casas,
tirando explosivos en su interior y usando todas las armas que tenían.
Disparaban indiscriminadamente sobre todo lo que había adentro, incluso
mujeres y niños. Sus oficiales no movieron un dedo para impedir las
atrocidades que se estaban cometiendo. Junto con otros residentes de
Jerusalén, imploré que se ordenara a los soldados detener el fuego. Fue
inútil. 25 hombres fueron subidos a un camión, paseados por Jerusalén en
“desfile de la victoria”, llevados a una cantera y fusilados a sangre fría.”

Retrocedemos al 30 de enero de 1948. La aldea se llamaba Sheikh. El método
fue el mismo. Los muertos, 60.

Sa´sa. 14 de febrero de 1948. 20 casas dinamitadas con sus habitantes
adentro. 60 muertos.

Recordemos a Lydda. 11 de julio de 1948. La Haganah reprime un alzamiento
popular: 250 muertos según fuente israelí, entre 500 y 1700 según fuentes
árabes.

14 de octubre de 1953. Bombardeo de aldeas jordanas, 75 muertos. En Qibya se
encierra a los vecinos en sus casas con fuego de ametralladoras, luego se
las dinamita.

Franja de Gaza. 8 de febrero de 1955. 38 muertos.

31 de agosto de 1955. Ataque a Khan Yunis en la Franja de Gaza, 46 muertos.

11 de diciembre de 1955. Ataque a aldeas sirias. 50 muertos.

Otra vez Khan Yunis, abril de 1956. 275 muertos.

10 de octubre de 1956. Ataque a aldeas jordanas. 48 muertos.

Octubre de 1956. Kafr Qasim. 51 aldeanos son asesinados por estar fuera de
su casa en un toque de queda del que no fueron avisados.

13 de noviembre de 1966. Ataque a las aldeas de Gaza y Jordania. 200
muertos.

Noviembre de 1967. Karameh, Jordania. Ataque con morteros a niños que salían
de una escuela.

La lista es interminable. Entre 1949 y 1964 los países árabes denunciaron
63000 actos de agresión, entre 1950 y 1966 las Naciones Unidas y la Comisión
de Armisticio condenaron 78 veces al Estado de Israel. Después ya nadie
llevó la cuenta, la “represalia” se convirtió en costumbre.

VUELTA AL ORIGEN

Si en el balance del terror en Medio Oriente, Israel lleva una ventaja sobre
todos sus adversarios, si el Estado mismo de Israel fue la obra de
organizaciones terroristas, si esas organizaciones inventaron o
reactualizaron la mayoría de los modernos métodos del terror -recordar el
asesinato de conde Bernadotte, la voladura del hotel Rey David, la ejecución
de rehenes ingleses, las cartas explosivas- en eso no se agota la discusión
sobre los métodos. Para restituir el cuadro disociado, es preciso volver a
relacionar los métodos con los objetivos.

El terror es un método de lucha que han usado todas las revoluciones y
también todas las reacciones. Hechas las reverencias de práctica a la
actitud que prefiere condenarlo “en sí mismo” (como si algo existiera en sí
mismo), su humanidad o su inhumanidad depende de sus fines. Nuestra
Revolución de Mayo fue terrorista. El general Aramburu también. Con estas
precisiones es posible reenfocar el terror en Medio Oriente, superar las
barreras de una propaganda que –casualmente- es la del imperialismo
occidental, y decidir quién tiene la parte de razón que las circunstancias
le permiten tener.

El objetivo del terrorismo palestino es recuperar la patria de que fueron
despojados los palestinos. En la más discutible de sus operaciones, queda
ese resto de legitimidad.

El terrorismo israelí se propuso dominar un pueblo, condenarlo a la miseria
y al exilio. En la más razonable de sus “represalias”, aparece ese pecado
original.

 


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