“Sobrevivimos a fuerza de mantener el espíritu de la lucha”

Escrito por el 08/07/2021

Pedro Maidana tenía 19 años cuando lo secuestraron en Cutral Co para mantenerlo cinco años en cautiverio, padeciendo todo tipo de torturas. Estuvo en los centros clandestinos de detención, tortura y extermino conocidos como las “escuelitas” de Neuquén y de Bahía Blanca y en las cárceles de esta capital, de Rawson, de Caseros y de La Plata. Luego obtuvo la libertad vigilada que padeció seis meses más. Este miércoles brindó una vez más su testimonio en el juicio contra genocidas de la región. También lo hizo Elias Monjes, detenido en la misma localidad pero antes del inicio de la dictadura, en diciembre de 1975, y preso político hasta noviembre de 1976.

 

Con sus 64 años, militante de derechos humanos y militante de la comunicación alternativa, sin haber podido acceder aún a una jubilación, con el tiempo encima y la fuerza intacta haciéndose carne en cada lucha que acompaña –ya no tantas como antes, aclaró en su declaración-, Pedro Maidana dio hoy una vez más y durante cuatro horas su testimonio ante el tribunal que encabeza el juicio a genocidas de Neuquén y Río Negro.

Foto @irufotografia

Comenzó contando que siempre tuvo inquietudes políticas, pero fue en 1973 cuando empezó a plasmarlas en el ámbito estudiantil y luego “continué en actividades que comprendían más el barrio y de solidaridad con compañeras y compañeros obreros y una asociación de familiares de presos políticos que se conformó a partir de detenciones que hubo en la localidad”. En esas actividades fue encontrándose y organizándose con muchxs de lxs compañerxs que continúan desaparecidxs, entre lxs que nombró a Oscar Hodola y a José Méndez, aunque aseguró conocer “a la mayoría de los compañeros y compañeras que han estado detenidos o están desaparecidos”. Recordó, por ejemplo, que a Carlos Cháves lo conocía de unos años atrás, de 1970, porque misionaban juntos. A Héctor Campos lo conoció en 1975, en la época del aluvión. Mónica Morán  fue luego su responsable de célula y también se vinculaba con Julio Galarza, quien le hizo saber que pasaría a la clandestinidad.

“En 1973 la lucha que se daba en todo el país se daba también en nuestra región”, aseguró, “teníamos testimonios directos de compañeras y compañeros por las diferentes luchas latinoamericanas”. “Éramos jóvenes y nos solidarizábamos como estudiantes con la lucha de los obreros”, contó mientras se acordaba de la toma de la empresa Casas, mencionada en distintos testimonios de luchadorxs de Cutral Co y destacó que fue en la militancia barrial donde “conocí a mucha gente que estuvo presa en 1975, militantes y familiares” de la que volvió a saber en la cárcel de Rawson en el marco de su cautiverio, aunque estaban en otro pabellón.

En 1976 comenzó a formar con las hermanas Dora y Argentina Seguel la Juventud Guevarista.

En el fondo de la casa de lxs xadres de Oscar Hodola tenían instalado el mimeógrafo que tanto buscaban los represores. Pedro Maidana era uno de lxs que lo operaban y también dibujaba los esténciles: “era parte de mi participación político partidaria”.

El lunes 14 de junio, Pedro Maidana llegó a la escuela en la que estudiaba, a la ENET 1 de Plaza Huincul, cuando a las 20:15 llegó un compañero diciendo que estaba el ejército afuera e indicándole a modo de chiste: “Pedro, te buscan”. Pero las autoridades de la escuela inmediatamente convirtieron el chiste en la peor realidad: el preceptor entró al aula, lo llamó y él se encontró con 4 soldados afuera, comandados por el genocida Roberto Maier, a los que el director de la escuela dio el aval para que se lo lleven: “vaya nomás”, dijo al estudiante.

Pedro Maidana con Dora Seguel – Foto @irufotografia

“Iba en un auto con un grupo de personas encapuchadas, de civil, parapoliciales, que me llevaban a un lugar que no sabía cuál era, atado y vendado, así que abrí la puerta del auto y me escapé corriendo para que supieran que me querían secuestrar”, recordó Maidana, que intentaba por primera vez en ese contexto sobrevivir. La fuga no fue exitosa y de la escuela lo llevaron a su casa, donde ya habían estado y de donde vio que se llevaban “encañonando con un fusil” a su hermano Juan Carlos. Mientras tanto, sus otrxs  hermanxs (a lxs que le agradeció el “buen criterio”) habían quemado las revistas y libros que lo “comprometían”.

Todo el operativo fue coordinado por el genocida Roberto Maier, a quien Maidana recordó puntualmente porque en su casa estaba su abuela, quien le iba poniendo los puntos para que no revolvieran y rompieran todo.

Yo estaba esperando eso y no podía pasar a la clandestinidad; ya sabíamos que el ciclo histórico iba a llevar a una dictadura y estábamos preparados mentalmente para las torturas y demás: iba a defender mi inocencia, a no involucrarme y no involucrar a otros compañeros de militancia”, aseguró.

El siguiente destino fue la Comisaría de Cutral Co. Mientras lo tenían esperando, pudo reconocer a Sergio Méndez y a Guillermo Almarza. Estuvo una hora aproximadamente allí y lo llevaron al despacho del comisario: “me vendaron, me hicieron arrodillar y me empezaron a golpear en la cabeza, en todo el cuerpo, en los riñones, yo no contestaba nada de lo que me preguntaban, en un momento me tiran para el costado y dicen que me lleven”. Lo sacaron de la comisaría directo a un auto, otra vez el destino incierto y el impulso de supervivencia: “ni bien siento que pisé el cordón de la vereda hago un movimiento y me escapo, pero no corrí más de diez metros, me agarraron, me dieron culatazos, golpes, me tiraron al piso y me metieron en un camioncito que estaba estacionado enfrente”. En ese vehículo, Pedro Maidana fue torturado, además de con golpes, por primera vez con picana: “fue por una hora más o menos, hasta que no di más señales”. Recordó que ahí mismo subió un médico genocida a revisarlo, que lo sacaron desmayado y que lo llevaron al hospital, donde le aplicaron una inyección y lo trasladaron a un privado “con la orden de disparar si quería escapar”. Lo esposaron a la cama y lo mantuvieron toda la noche, con la suerte de que en el lugar trabajaba una enfermera amiga de su madre.

Al día siguiente, una ambulancia custodiada trasladó a Maidana a Neuquén, donde primero pasó por el ejército y fue revisado por otro médico genocida, luego a sacarse unas radiografías y finalmente a un calabozo de la Unidad de Detención N°9, donde en su declaración recuerda haber visto a Miguel Ángel Pincheira. Ahí fue “interrogado y amedrentado, me dicen que mi futuro va a ser incierto”, durante tres días: “yo decía que no sabía nada y sentía cada vez más que no sabía dónde iba a ir a parar, cada vez se hacía más complicado eso”.

Tres días después, antes del traslado al aeropuerto desde donde lxs llevarían a Bahía Blanca, Maidana reconoció a sus compañeras Dora y Argentina Seguel, que estaban junto a la desaparecida Alicia Pifarré, a quien no conocía. Se cruzaron como desconocidxs, protegiéndose.

Foto @irufotografia

El próximo destino sería el centro clandestino de detención, tortura y exterminio “la escuelita” de Bahía Blanca, pero antes lxs trasladaron en un camión celular hasta el aeropuerto. Al bajarlxs, Maidana quedó último y cuando los represores lo ven exclaman “mirá quién está acá”, lo atan “como a un matambre”, encapuchado, y lo tiran en el suelo del avión, donde atraviesa todo el vuelo.

En la escuelita de Bahía Blanca, pasó 15 días esposado y vendado. Estaba permanentemente en un salón amplio, tirado en el piso, y lo llevaban a una construcción cercana donde había un camastro para las sesiones de tortura. Sobre las condiciones de encierro, contó que les daban “un poquito de agua, un platito de comida, estábamos todo el tiempo esposados, vendados y tirados”.

Previo a una sesión de tortura, mientras esperaba “su turno”, escuchó llorar y gritar a Dora y Argentina Seguel mientras las interrogaban. “Yo estaba atado como un matambre en el piso y me empecé a desatar, pensando alguna manera de zafar, pero vino uno inspeccionando y me volvió a atar”,  narró. En otro de esos episodios comandado por Santiago “el tío” Cruciani, le presentaron frente a él a la desaparecida Mónica Morán –a quien conocía como “Ángela”- para que la reconociera, lo que negó pese a haber sido su referente de célula.

Alicia Pifarré

En relación a las torturas en ese CCD, dijo que “la saña que ponían en el trato a los detenidos dejaba en evidencia un compromiso sádico con su labor”.

 

En ese lugar, Maidana pudo reconocer a Carlos Cháves, Eduardo Buamscha, Dora y Argentina Seguel y a Mónica Morán.

“Después nos mandaron de vuelta a la U9, a los pocos días firmé el decreto de que estaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”, lo que le dio “cierta tranquilidad, porque era un blanqueo de ser preso político”, pero lejos estaba de recuperar la libertad.

Miguel Ángel Pincheira

En la U9 se encontró con José Méndez –a quien le contó que le habían preguntado por él y no había dicho nada-, con Emiliano Cantillana y con Guillermo Almarza. También pudo recibir una visita familiar. “En esos días escuchaba que a algunos compañeros los sacaban, los torturaban y los volvían a entrar”, pero a él “me sacaron una noche para el lado del río, fui tratando de memorizar los detalles para denunciar después” y lo llevaron al centro clandestino de detención y tortura de Neuquén, donde permaneció 21 días.

En la escuelita de Neuquén, Maidana reconoció a los desaparecidos Orlando Cancio, Javier Seminario y Miguel Pincheira.

Javier Seminario Ramos

“Primero me tenían en el piso, después en una cucheta”, contó: “ahí me interrogaron, me golpearon, me torturaron, me castigaron y hasta era una historia para poder ir al baño o comer”. Recordó puntualmente un castigo que recibió por hablarle a Javier Seminario, que había sido brutalmente torturado y se quejaba: lo mantuvieron toda la noche atado “como matambre” en el piso, “en una posición terrible, muy incómoda”. En los interrogatorios le preguntaban por José Méndez y por Sergio Méndez.

Pedro Maidana pudo darse cuenta que en los dos centros clandestinos manejaban la misma información, “como si alguien les hubiera dado todos los datos”, y en esa intervención aprovechó a decir a los jueces que todo lo que falta saber “aparecerá cuando desclasifiquen los archivos de la dictadura”.

Orlando Cancio

Fui zafando de todos los interrogatorios armándome una estrategia”, aseguró el ex preso político.

21 días después de haber ingresado en “la escuelita”, lo trasladaron de nuevo a la U9, donde estuvo alrededor de un mes antes de que lo llevaran a la cárcel de Rawson en un vuelo con algunas escalas (recordó entre ellas La Pampa) que compartió con Luis Guillermo Almarza, Eduardo Buamscha, Francisco Tomasevich y los desaparecidos Miguel Ángel Pincheira, Orlando Cancio, Javier Seminario y José Méndez. El 4 de noviembre, a los últimos tres les anuncian que iban a ser trasladados y una semana después llega a la cárcel de Rawson la noticia de que habían sido liberados, pero unos días más tarde se enteran que sus familias continuaban buscándolos, como  hasta ahora.

Mónica Morán

“Estuve varios años en Rawson y en 1979 me trasladaron a Caseros, después nuevamente a Rawson y finalmente a La Plata”, donde el 22 de agosto de 1981 le dieron la “libertad vigilada” y fue buscado por su abuela: “pasamos por Buenos Aires, fuimos a la APDH y nos tomamos un tren a Cutral Co porque tenía que presentarme antes de tres días en la comisaría”, trámite que haría durante seis meses más: “tenía que ir a firmar y me hacían preguntas”, además de hostigarlo y tratar de impedir que consiguiera trabajo, ya que hablaban con cualquiera que quisiera contratarlo diciéndole que era un “peligroso guerrillero”.

Carlos Cháves

En la cárcel de Rawson las condiciones eran muy precarias. “Nos organizábamos partidariamente y multipartidariamente, teníamos comunicación interna y con el exterior y nuestras formas de acceso a la información”, contó Maidana, que enseñaba código morse a sus compañeros para poder comunicarse entre ellos a través de golpes en la pared. “Teníamos una rutina de funcionamiento que nos permitía desarrollarnos y coordinar con las luchas que se estaban dando afuera”, detalló. Se repartían de manera solidaria los elementos de limpieza e higiene que llegaban para que todos tuvieran, aunque eran observados y castigados por ello. También “los fines de semana veíamos una película, alguien contaba un cuento, alguien contaba una historia de su lugar de origen”.

Oscar Hodola

“En La Plata fue un lugar más distendido, era una cárcel de entrada y salida”, señaló.

“El tiempo de la libertad vigilada no fue fácil y después tampoco, porque mucha gente tenía la conducta de no juntarse por el terror implantado causaba rechazo o temor si yo contaba algo”, relató Maidana: “cuando volví de la cárcel empecé a notar con mucho dolor cómo habían influido esos años de dictadura en el pueblo, en la gente, a través de los discursos oficiales y los medios” y recordó que en más de una ocasión le preguntaban qué había hecho para estar tantos años preso: “la mayoría de la gente en nuestro país pensaba en contra de nosotros”.

José Delineo Méndez

Mientras estuvo en cautiverio “mi madre se comprometió mucho, viajó al comando a Neuquén con otros familiares, reclamando que apareciéramos, habló con Jaime de Nevares, hicieron presentaciones, se movilizaron con los organismos de derechos humanos y en la medida que éramos trasladados se organizaban para visitarnos, también hicieron trámites en las embajadas para tratar de sacarme del país”. Pedro Maidana destacó la importancia que tuvo la compañía de su hermano Juan Carlos, que declaró la audiencia anterior, mientras estuvo en cautiverio en la cárcel de Caseros.

Sobre la lucha de lxs familiarxs y compañerxs de militantxs que continúan desaparecidxs, dijo que “fue terrible el dolor de la falta de respuestas, el dolor de la ausencia, a nadie le entraba en la cabeza la idea de que pudieran desaparecer a alguien por sus ideas políticas”. Así como él, “fueron encontrando un poco de consuelo en las militancias, tratando siempre de no olvidar, no perdonar y ni reconciliarnos, porque lo que hicieron es imperdonable, y buscar la memoria, la verdad y la justicia”.

Pedro Maidana sintió después del cautiverio “todos los temores de volver a vivir, a ocupar un lugar”. No pudo terminar sus estudios secundarios, interrumpidos por el plan de exterminio. Tomó trabajos particulares hasta que logró ingresar a YPF, pero cuando fue privatizada fue uno de lxs tantxs despedidxs, tuvo que pasar a la economía “informal” y convertirse en monotributista, aunque los últimos meses no los pudo abonar y todavía no puede jubilarse. “Sigo sobreviviendo”, aseguró.

“A veces uno siente las perdidas más que los logros”, reflexionó Maidana ante el tribunal: “he mantenido mis ideales, mi forma de ser, mis afectos, muchísimos afectos, compañeros y compañeras, amigos y amigas, familia, todo eso me ha servido para mantenerme íntegro; no fui un tipo exitoso pero sigo intentando muchísimas cosas”. Concluyó su testimonio asegurando que “hay ausencias que son imborrables y uno piensa cómo sería si no hubiera pasado lo que pasó, pero me mantengo a flote por mis compañeros y compañeros, tanto los ausentes como los presentes, por su lucha”.

Foto @irufotografia

Luego de su declaración, Pedro Maidana habló con la prensa y dijo que “siempre van quedando espacios dentro de nuestra historia, tanto de la historia compartida con tantos compañeros y compañeras militantes, en libertad, en la época de la corta democracia, como también de la experiencia y de la organización en la cárcel, porque estábamos organizados en la cárcel y fueron varios años donde sobrevivimos a fuerza de mantener ese espíritu de lucha; algunos compañeros luchaban con más vehemencia en otros pabellones y con una directiva clara, y otros teníamos que tener otros cuidados porque no estábamos ni procesados, ni condenados, estábamos a disposición del poder ejecutivo; sin embargo las organizaciones las manteníamos dentro de la cárcel y manteníamos nuestras ideas y progresábamos en nuestras ideas y en nuestra vida militante, eso también nos permitía estar muy relacionados con todos los organismos de derechos humanos de todo el país, todo lo que hacían y dejaban de hacer y lo que les podíamos aportar,  era una relación constante”.

Aseguró que “denunciar los centros clandestinos de detención en nuestra zona o en Bahía Blanca era un esfuerzo importante de juntar datos, aproximaciones, incluso algunos compañeros y compañeras de organismos de derechos humanos que estuvieran, que investiguen, averigüen y traten de ubicar dónde estaba el centro clandestino en Bahía Blanca, no sabíamos con precisión; sabíamos que era por ahí, donde nos tenían secuestrados, de rehén, torturados, y no era el único, también había otros lugares de detención y tortura en Bahía Blanca” y que “tambien fue importante acá en Neuquén, porque no solamente la denuncia nuestra al decir ‘nosotros fuimos por tal y tal lado’, observaciones, incluso la anécdota del compañero que falleció hace poco y que pudo escaparse de la misma habitación de tortura en el centro clandestino de Neuquén (Hugo Inostroza Arroyo), eso también dio origen a que tomara más estado público, pero después de todo sigo destacando la valentía y el compromiso de nuestros familiares, de las madres y de los organismos de derechos humanos”.

Foto @irufotografía

Lxs ex presxs políticxs de Cutral Co durante todo el juicio mantuvieron un “aguante para que se siga juzgando, antes que mueran, a los genocidas”, dijo Maidana, “ahora me llegó la oportunidad de entrar y decir ‘tengo que contar mi caso, contar mi padecimiento, los atropellos que cometieron conmigo pero también con mis compañeros’, y no tener más elementos para acusarlos es también como si yo estuviera en una posición muy de querer hacer justicia pero no tengo las pruebas, no sé quién, si bien los secuestraron, quiénes y a dónde fueron a parar Javier Seminario, Orlando Cancio, Sergio Méndez, Miguel Pincheira; acá cierra esto, acá están los asesinos, pero no podemos ni demostrar ni podemos encontrarlos”.

Estábamos convencidos que en algún momento íbamos a salir, íbamos a volver a las calles, volver a pedir justicia”, destacó Maidana: “estábamos convencidos que los militares eran otra aventura económica, política, genocida, pero que no nos iban a borrar la memoria, en ese sentido mi compromiso personal era ese, tengo que saber por dónde anduve, qué detalles pude recordar, con quiénes pude saber que estuve, porque desde ese momento no voy a olvidar a mi compañero ni voy a dejar de reclamar por ellos si no aparecen, más allá de lo que querían hacer todo el resto de familiares en su dolor”.

“Nosotros estábamos organizados, en la cárcel teníamos contacto con el centro de estudio legales y sociales, la liga argentina por los derechos humanos, la APDH, a través de distintos lados”, señaló el ex preso político: “los que éramos de acá sabíamos que le decíamos a nuestros familiares cuando venían de visita que avise tal y tal cosa, entonces nuestro papel era como una actividad dentro de la resistencia que hacían madres y organismos”.

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“Me impresionó mucho cuando salí en libertad y volví, como un aspecto de desolación, de que la gente y la juventud estaba en otra, de que no quería saber nada de lo que nos había pasado a nosotros, porque el mensaje instalado era de que las madres y familiares eran todos subversivos, la gente  no se quería meter con eso ni con la política, y nosotros precisamente veníamos como ex presos políticos”, lamentó: “entonces a mí me preguntaban, yo contaba alguna cosa y como que asustaba, detalles de cosas, de lo que habíamos pasado en la cárcel, y la gente se asustaba; era muy poderoso el mensaje de la dictadura, la influencia mediática y todo el cambio de paradigma que instalan” y dijo que “teníamos que ver dónde escondernos y sino perseguirnos manchándonos diciendo ‘cuidate que este es terrorista, subversivo, peligroso’ para que te vaya mal en el trabajo, para que no tengas acceso a ninguna otra cuestión de cosas en la vida común”.

Comparó “la forma en que estábamos organizados los presos y salimos afuera y nos sentíamos en soledad tremenda, porque no teníamos al compañero para charlar, organizarnos, hablar de problemas, era como que había otros valores; de la manera que habíamos cultivado la solidaridad, el compromiso, el compañerismo, la lealtad, el trabajo en equipo, afuera no lo podíamos hacer, y en la política convencional menos”.

Pedro Maidana durante la inspección a la Comisaría de Cutral Co en 2014, en el marco del juicio «escuelita III» – Foto Alexis Vichich

Pedro Maidana es integrante de la Red de Medios Alternativos y sobre su relación con la comunicación dijo que “siempre fue una de las cuestiones importantes el comunicar, dar a conocer, en la organización multipartidaria en la cárcel, una de las cuestiones importantes era recopilar las noticias que traían los familiares y después distribuirlas, por grupitos, hacer una pequeña síntesis de noticias: lo que pasaba acá, lo que pasaba con trámites, familiares, organismos, lo que pasaba en Buenos Aires o los hechos políticos en otros lugares; ese conocimiento también nos permitía dominar un poco el aspecto de la realidad política; ya en esa época, desde que éramos adolescentes, empezamos a interesarnos por Paulo Freire y la pedagogía de la libertad, cómo nos dominaban, cómo nos domina el lenguaje, y eso lo empecé a entender en esos años, 73-74, el hecho de panfletear, de difundir nuestras ideas, nuestras verdades sobre un acontecimiento” y “después se dio la casualidad de que en la iglesia, por ejemplo la capilla de Belén en Plaza Huincul se largó un proyecto de radio comunitaria, La Colmena, yo caigo ahí también, porque siempre le llevaba a la capilla la revista de derechos humanos, y antes del 83’ sale el tema de la radio y lo provee el cura y un grupo de militantes de la zona, entonces me sumo a ese proyecto, FM La Colmena, que duró tres años por las denuncias que habían siempre, viene un día gendarmería, armados, hacen una operación terrible en la radio, que estaba al lado de la capilla, y se llevan los equipos, ahí quedó terminada esa primer experiencia comunicacional que nos permitió actuar sobre la juventud, participar a la juventud, como una fuente de trabajo colectivo, muchas personas del pueblo que necesitaban expresarse en diferentes ámbitos tenían acceso a una radio que no era una comercial, era comunitaria; ese quizás sea el principio en democracia como mi primer experiencia en los medios de comunicación”.

“Los sobrevivientes, los pocos, y muchos otros compañeros que después de esta experiencia no pudimos mantener la organización ahí, pero sí se mantuvo en la cárcel, funcionábamos como PRT”, explicó Maidana: “como partido político, es como organización donde uno tiene que canalizar y pensar la política a la luz de ciertos conceptos básicos y no de esta sociedad capitalista consumista y occidental; yo creo que el compromiso o identificarse con nuestra historia cada uno de nosotros es también lo que nos da más firmeza ahora después de tantos años”.

 

El ejército en Cutral Co antes del golpe

Foto @irufotografia

En la audiencia de este miércoles declaró por videoconferencia Elías Monjes, que también fue secuestrado de Cutral Co, pero en diciembre de 1975. El hombre era trabajador de YPF cuando un grupo del ejército allanó su vivienda y se lo llevó en el marco de otra serie de detenciones que incluyeron las de sus compañeros Lava, Rodríguez, Masieri, Zapata, López y Peinado.

En su casa “revolvieron todo, fue un acto de discriminación total, buscaban si yo tenía algún libro o algo, fue un dolor tremendo para mí, para mi madre, para el barrio”.

“Me llevaron a la comisaría de Cutral Co y me encapucharon”, relató el testigo, que firmó que quedaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional cuando lo trasladaron a la U9 de Neuquén.  “Unos días después, encapuchado, me trasladaron a Rawson en un avión; estaba golpeado, maltratado, con los nervios alterados porque hay golpes y palabras a uno lo dejan alterado, pinchado”, contó.

“Estuve en el pabellón 5 o 6 con sindicalistas de Sierra Grande que también estaban a disposición del PEN”, dijo sobre su permanencia que duró casi un año. En noviembre de 1976, el hombre fue trasladado en avión a Bahía Blanca donde le dieron la libertad después de hacerlo pasar por una dependencia policial y llevarlo en camioneta hasta un punto desde el que lo obligaron a caminar “sin mirar atrás” hasta la terminal de ómnibus.

Tras regresar a Cutral Co, lo citaron a presentarse junto a su madre al comando en Neuquén, donde el genocida Farías Barrera le entregó su DNI y un certificado por el tiempo de encierro: “me dijo que estaba en libertad y que tenía que resguardarme mucho”.

SI bien aseguró que su vida después fue “normal”, también señaló que se sentía perseguido, que encontraba que lo estaban vigilando en diferentes eventos a los que asistía.

 

Los próximos miércoles no habrá audiencias y tras la feria judicial se escucharán por videoconferencia testimonios desde Bahía Blanca.

 

Leé todas las crónicas del juicio “Escuelita VII” acá

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