Escuelita VII: cautiverios, exilios, violencias sexuales e infancias pulverizadas por el genocidio

Escrito por el 25/02/2021

Este miércoles continuó el juicio contra genocidas de Río Negro y Neuquén. Declararon Eduardo Buamscha, ex detenido y exiliado, César Altomaro Villaverde, hijo de Alicia y Darío que brindó el testimonio de todo lo que el mismo terrorismo de estado que secuestró a sus xadres le hizo vivir siendo un niño, y Héctor Villaverde, hermano de Alicia, quien relató su búsqueda y las condiciones en las que la halló cuando pudo reencontrarse con ella. En la audiencia, además de los secuestros, las torturas y las desapariciones, quedaron evidenciadas de manera explícita las violencias sexuales y las violencias contra las infancias.

15 días que se convirtieron en 15 meses de cautiverio y 8 años de exilio

Eduardo Buamscha declaró por zoom. Cuando se instauró la dictadura cívico militar eclesiástica en Argentina, él integraba el bloque de diputadxs del Frente Justicialista. En su testimonio de este miércoles, aseguró que “sabíamos que se aproximaba un golpe militar, pero no imaginábamos que iba a ser tan brutal”.

Pocos días después del inicio de la dictadura, Buamscha se reunión con un gremialista ferroviario en la casa de un compañero que estaba de viaje y su pareja. Mientras estaban en el lugar, comenzaron a escuchar ruidos provenientes de afuera y enseguida se dieron cuenta de que iban a allanar el lugar. El diputado pudo escapar hacia lo de un vecino, el ex presidente del Tribunal Superior de Justicia Oscar Massei, desde donde pudo observar lo que sucedía e identificar cuando se fueron. En la vivienda estaba la dueña de casa, quien le dijo que lo estaban buscando a él y que el genocida Raúl Guglieminetti se había llevado el bolso con sus pertenencias.

El ex detenido Eduardo Buamscha declarando por videoconferencia

Tras esa situación, Buamscha fue a hablar con el entonces obispo Jaime de Nevares, quien averiguó y le dijo que lo buscaban “por montonero”, y que como él no era montonero le convenía entregarse. Hizo caso a la recomendación y fue al comando con su compañero Raúl González, donde fueron atendidos por el genocida Oscar Reinhold, a quien reconoció de inmediato por haber sido su superior cuando hizo el servicio militar. El represor le explicó que aunque no fuera montonero debía ser investigado y tendría que esperar en la cárcel entre una semana y quince días. Pasó 15 meses en cautiverio y después 8 años en el exilio.

El diputado fue trasladado por el genocida Luis Alberto Farías Barrera, quien se presentó por su nombre, a la Unidad de Detención N°9, edificio clave en el circuito represivo de la subzona 52. Buamscha declaró que estuvo ahí unos cuatro o cinco meses “hasta que caen unas personas del PRT que en algún momento había resguardado en mi casa”. Si bien era un diputado peronista, tenía vinculación con militantxs políticxs de otras tendencias, y de hecho guardaba en su casa un mimeógrafo que utilizaban para imprimir y repartir volantes, a pedido de la aún desaparecida Alicia Pifarré.

Mientras estuvo en esa prisión, un día fue llevado a la sede neuquina de la Policía Federal, donde fue interrogado por Raúl Guglielminetti. “Me interrogó con mucha autoridad, pero no me golpeó como sí golpeó y muy fuerte a otros, como Nano Balbo y Carlos Cristensen”, el episodio ocurrió en una sala común, no en la de tortura.

“Me llevan al aeropuerto de Neuquén, me vendan los ojos por orden de Farías y me atan las manos, me suben a un avión chico en el que había varias personas que se quejaban porque habían sido maltratadas”, recordó el ex detenido.

Lo llevaron a la Escuelita de Bahía Blanca, donde “una vez me interrogaron con una data de una precisión que no se puede entender, sabían perfectamente lo que yo sabía”. Había una sala de tortura donde interrogaban “Pedro” y el “tío” (genocida Santiago Cruciani) “en un camastro de hierro, con electricidad y golpes”. Lo hicieron firmar un papel con los ojos vendados y aseguró que “alguien registraba todas las torturas, tiene que haber registro de eso”. Le preguntaron por Felipe Sapag, de quien era opositor, por Raúl González, por Susana Mujica y por el grupo de detenidxs en lo que se conoció como el Operativo Cutral Có.

No fui torturado de la misma manera que otros; me pusieron cables, pero pude volver y comer sopa”, explicó, en relación a que a la mayoría que le pasaban electricidad no les permitían beber líquidos después: “no fue nada comparado con lo que yo vi”. Aseguró que en la sala de torturas había un médico que controlaba el corazón de las víctimas e indicaba si la sesión podía seguir o no: “yo había advertido que tenía problemas de corazón, entonces no me ponían la picana en determinados lugares, sino los cables directamente debajo de la venda”.

Había un lugar de “reposo” que estaba a unos 100 metros de la sala de tortura, cerca de una caballeriza. Casi no comían, una sopa de vez en cuando, aunque “no estábamos preocupados por la comida, estábamos preocupados por la vida”. Les decían que si veían algo, directamente les disparaban, así que iban vendadxs hasta al baño.

Por las noches era testigo de cómo los genocidas retiraban a las mujeres detenidas hacia otra sección: “no tengo pruebas, pero hay denuncias de violaciones y estoy seguro de que las hubo”.

En Bahía Blanca reconoció a Alicia Pifarré y a Susana Mujica, aún desaparecidas: “no las podía ver, pero las escuchaba; una lloraba mucho, creo que Alicia, una compañera que sobrevivió contó después que no tenía uñas y que estaba muy lastimada; ambas habían sido torturadas salvajemente, como muchos”.

También reconoció a Alicia Villaverde y a Darío Altomaro, con quienes siguió en contacto durante el exilio, y a Miguel Ángel Pincheira, que permanece desaparecido.

Entre 20 días y un mes después lo regresaron a Neuquén en avión, con Raúl González, Pedro Maidana y Emiliano Cantillana Marchant, nuevamente a la U9, desde donde lo trasladan al penal de Rawson, en septiembre de ese mismo año y hasta marzo del 77.

Buamscha recordó que en Rawson lxs golpeaban mucho, que no había permanentemente torturas, como en Bahía, y que ocurrían en una sala aparte, pero que a él no le tocó, aunque sí “golpes con palos cuando salíamos al patio, como apalean los guardiacárceles a todo el mundo”. Siempre estuvo con los ojos vendados. La diferencia en ese lugar fue que permitieron que su familia lo visite, aunque para eso también tenían que soportar malos tratos.

En marzo de 1977, Buamscha y otras siete personas son trasladadas, seis quedan en Neuquén para ser llevadas a Fiske Menuko (Roca) y él y otro compañero a la cárcel de Devoto en Buenos Aires, donde estuvo hasta junio, cuando México le brindó asilo político.

Llegó a México con su compañera y tiempo después llegó su ex compañera con su hija, a quien no había podido ver durante todo el cautiverio. “Fuimos muy bien recibidos en México, tuvimos trabajo siempre pero extrañábamos muchísimo”, dijo. Recién en 1984 pudo regresar a Argentina y este miércoles contar su historia frente al tribunal, para seguir construyendo memoria.

 

“Recuerdos más tristes que valientes”

César Altomaro Villaverde tenía 7 años cuando sus xadres, Darío y Alicia, fueron secuestradxs por el estado terrorista: “lo que cuento es el recuerdo de un niño y quien soy hoy en relación a quien fui”.

El hijo de Alicia Villaverde y Darío Altomaro

“Tengo algunos recuerdos muy vagos, pero me daba cuenta de que algunas cosas no me las contaban porque eran momentos muy difíciles para todos los amigos de la familia, me daba cuenta de que las cosas no estaban bien”, comenzó relatando y contó que en ese entonces vivían en lo de su abuela materna y a partir de ahí una escena que partió el aire en la sala al tiempo que se quebró su voz y rompió en llanto: “uno de los recuerdos que tengo es el de estar una noche con mi abuela y mi hermana (de tres años), acostados y dormidos, y que entre la gendarmería; mi abuela nos tapaba y los gendarmes nos querían agarrar y mi abuela se ponía de costado para que mi hermana y yo quedáramos contra la pared; me acuerdo de mi abuela pateando y peleando para que no nos tocaran”. No le permitían mirar, pero él podía ver apenas los cintos, las puntas de los fusiles y las botas de los represores.

“Todo era muy vertiginoso”, aseguró en relación a los inicios de la dictadura cívico militar eclesiástica: “soy el mayor y el que más pudo ver algunas cosas; mi abuela lloraba todo el tiempo y no teníamos mucho dinero”.

“Me acuerdo de emociones, de silencios, incluso hasta por ahí de vergüenzas de saber que algo estaba pasando y no sabíamos bien qué era”, especificó Altomaro Villaverde.

“En el 76 se los llevan y a fines del 78 o principios del 79 nos exiliamos en México, porque no estaba pasando solamente en Argentina, sino en toda Latinoamérica”, contó el testigo. Recién en el exilio su madre pudo hablar algunas cosas con él, que rememoró con el dolor explícito de quien entiende que la memoria es el camino aunque implique no dejar ir el tormento del recuerdo: “para mi mamá fue muy difícil contármelo, ella entendía que yo era un niño de 10 años… Lo difícil que debe haber sido contarme con 10 años lo que significaban las torturas, yo tenía 10 años y a esa edad tuve que entender que a mi mamá le metían una picana en la concha, que le quemaron las tetas, que la violaban… y yo era el mayor y era varón y mi papá no estaba y yo sentía que era la persona que tenía que cuidar a mi familia”.

Con su padre no pudo nunca hablar mucho del tema, ya que la principal secuela que le quedó del cautiverio fue la de tener ataques de pánico que comenzaban cada vez que empezaba a narrar recuerdos de lo ocurrido durante su secuestro, motivo por el cual tampoco podrá declarar en este juicio. Él viajó a México en 1980 con uno de lxs hijxs que tuvo con Susana Mujica. De las pocas anécdotas que pudo contarle, César Altomaro Villaverde refirió unas prácticas de simulacro de fusilamiento en Bahía Blanca en las que sacaban a todxs al patio, les quitaban la ropa y lxs encapuchaban diciendo que había llegado el momento y que lxs iban a matar, entonces abrían fuego y disparaban, pero después se les acercaban y les decían que “hoy no”. Cuando lxs entraban, lxs secuestradxs aprovechaban para gritar sus nombres y reconocerse: “ahí fue que mi mamá supo que estaban mi papá, el ruso y el resto”.

Alicia Villaverde integraba el grupo de teatro donde estaban también Alicia Pifarré, Susana Mujica y Darío Altomaro. La secuestraron represores de civil de su lugar de trabajo, Obras Públicas de la provincia, la llevaron encapuchada, “no veía nada, entonces mucho de todo ese momento era más por olores y sonidos”. El hombre recordó que “en esa misma redada se lo llevaron a mi papá, al rulo (Raúl Domínguez), al grupo todo junto, de hecho en un momento estuvieron juntos todos, también con Susana Mujica, en Bahía Blanca se reconocían escuchándose”.

El genocida Raúl Guglielminetti siguiendo la audiencia desde la Unidad 31 del Servicio Penitenciario Federal – Foto: Iris Sánchez.

“Mi mamá era muy amiga de Susana, encima las dos habían tenido hijos con el mismo hombre, se querían mucho”, explicó César: “a Susana se la llevaron de la casa, donde estaba Matilda, de 3 años, y Martín que acababa de nacer, entonces mi papá fue a buscar a los nenes, sabiendo que se habían llevado a Susana, y ahí se lo llevaron”.

A Alicia la llevaron primero a la sede neuquina de la Policía Federal, donde fue brutalmente torturada por el genocida Raúl Guglielminetti, de ahí a la Escuelita de Neuquén y luego a la de Bahía Blanca, ambos centros clandestinos de detención, tortura y exterminio donde padeció todas las atrocidades que el estado ejercía sobre lxs cuerpxs de sus presas. Incluso, cuando fue liberada en Médanos, habiendo sobrevivido al cautiverio y sus horrores, fue violada por un policía, según le contó su hermana Eleonora y como confirmó Héctor Villaverde, su tío, quien declaró después que él. “No sé cómo se vive después de eso”, expresó.

“Después de los secuestros, los golpes, las violaciones, nunca quedó bien; de los golpes que recibía en la cabeza nunca más se recuperó, en casa no se podía hacer ruido porque le estallaba la cabeza del dolor, más tarde mi hermana me cuenta que era por los golpes terribles que recibió y por los golpes psicológicos”, contó el hijo de Alicia y Darío.

Alicia Villaverde y sus dos hijxs se fueron a vivir a San Rafael, Mendoza, durante un tiempo, hasta que pudieron exiliarse en México.

“Mi mamá no quería saber nada de este país y se enferma mi abuela y no le quedó otra que venir, pero no quería: se subió al avión y le dio un pico de presión y se le paralizó la mitad del cuerpo y nunca se recuperó; así como estaba salió a pasear por las calles neuquinas y se cruzó con la persona que le hizo eso”, denunció el hombre frente al tribunal: en democracia el torturador de su madre seguía paseando por las calles como si nada. Como muchos de los genocidas se pasean aún hoy porque la justicia burguesa llega tarde, porque no llega, porque no alcanza.

En 2014 falleció Alicia Villaverde. “Mi mamá murió sin una pensión, sin obra social, de cáncer, en el hospital público, le extirparon los dos pechos” y lamentó que cuando regresó del exilio “nunca más consiguió trabajo en Neuquén, siendo que cuando se la llevaron trabajaba en la provincia, jamás le dieron una pensión, una jubilación, no le dieron la posibilidad de recuperarse”.

César Altomaro Villaverde reflexionó que su madre “era una mujer muy sencilla y era una mujer muy buna”, pero que “casi no hubo abrazos con mi mamá, casi no hubo besos: siempre había que ser fuerte, siempre había que seguir”. Lejos de plantearlo como un reclamo hacia ella, aseguró que “hubiera sido otra mujer si no le hubiera pasado todo esto”, que fue el terrorismo de estado el que la moldeó así. Recordó que “tenía voluntad, tenía sueños, tenía ideales, creía en un mundo mejor, pero aun volviendo no habían cambiado las cosas, porque su torturador andaba caminando por ahí”.

Cuando era niño todo el tiempo se repetía que había que seguir. Se recordó en el exilio, en México: “la vida seguía y ahora que tengo hijos e hijas entiendo cómo un padre piensa de cómo proteger a sus hijos; eran tiempos muy difíciles, llegábamos sin nada y tampoco había nada para vivir; algunas cosas las fui aprendiendo con el tiempo y otras las entendí recién cuando volví a Argentina; entendí por ejemplo que había un montón de gente a la que le había pasado”.

“Mis viejos decían que su lugar de militancia era el teatro, esa era su batalla; inevitablemente había relación entre esa militancia que tenía que ver con las ideas”, contó e hizo alusión a Pifarré: “era una piba divina y de golpe no está más”.

El abrazo de César Altomaro Villaverde y Eduardo Paris

“A mi papá lo soltaron cerca de Bahía y un amigo lo fue a buscar a Cipolletti para que pudiera pasar el puente en el baúl”, dijo el hombre sobre Darío Altomaro: “él no puede declarar, no va a declarar en este juicio porque no puede hablar de este tema directamente, entonces también le ha costado contarme cosas; todavía sufre ataques de pánico, en algún momento intentó contarme cosas y automáticamente empezaba a llorar y temblar: sé lo de los golpes, lo de los disparos, que le decían que tenía que estar ‘contento de tener a las dos minitas que se cojía’”. Cuando lo liberaron se instaló en Rosario y en 1980, cuando los genocidas ya lo tenían identificado nuevamente, se fue a México con su entonces compañera y el menor de lxs hijxs que tenía con Susana Mujica, donde se reencontró con Alicia, César y Eleonora.

 “Yo era un niño feliz que vivía remontando barriletes y tirando piedras y de un día para otro estaba en México en una escuela con 2500 niños; cómo terminé allá no lo sé, nos escribieron la vida a esos niños”, reflexionó el hombre: “no sé quién sería hoy, pero alguien tomó la decisión, porque fue alguien, no el destino, de que pasáramos sangre, que viviéramos cosas que ni pensábamos experimentar”, y contó que “cuando llegamos a México yo fui el primero en conseguir trabajo”, junto a otrxs niñxs que trabajaban en un supermercado cercano a su casa, embolsando las compras de lxs clientxs a cambio de monedas. “Cuando llegué a casa con mis primeras monedas, mi mamá lloraba y yo no entendía por qué lloraba, si yo llevaba plata para comer y ahora que soy papá me doy cuenta de que mi mamá lloraba de impotencia”, rememoró.

Mientras su madre estuvo secuestrada, “mi abuela y mi tío la buscaron por todos lados, con el miedo de perder la vida en una pregunta”.

Para concluir su testimonio, César Altomaro Villaverde dijo que aunque le es muy difícil hablar de este tema “lo más importante es la memoria”. Reivindicó: “yo estoy acá por la memoria, por mi mamá, por mi papá, por Susana, por Alicia, por todos esos chicos que iban detrás de sus sueños, por todos los que no están y por los que quedaron heridos de por vida” y dijo que “esta historia se ha hecho callo en nosotros, creo que todos nosotros somos sobrevivientes, no nos olvidamos nunca que podríamos haber tenido otra vida” y finalizó asegurando que “mi mamá estaría contenta de que yo esté acá”.

El hijo de Alicia y Darío concluyó su declaración definiendo que “somos hijos del exilio”. Él fue el único que pudo volver a Argentina, todxs sus hermanxs continúan en México. Dijo que sus recuerdos son “más tristes que valientes”, pero que “estoy acá también por mis hijos, porque no tuvieron la posibilidad de conocer a su abuela; esos chicos que ya nacieron sin abuelos no tuvieron la ventaja de tener una abuela que los proteja de que se los lleven los milicos a cualquier lado”.

 

“A mi hermana la secuestró Raúl Guglielminetti”

El último en declarar, aunque su testimonio fue interrumpido llegando al final por haberse cortado la conexión de internet del TOF y con ella la posibilidad de que las partes que participan por zoom puedan intervenir, fue Héctor José Villaverde, hermano de Alicia. Rememoró la búsqueda de la joven y la desesperación que tenía por no saber a dónde la habían llevado a ella y a lxs otrxs teatristas.

“El que secuestró a mi hermana es el mayor Gustavino”, aseguró en la audiencia de este miércoles, en clara referencia al genocida Raúl Gugliemnietti, que se hacía llamar así.

Cuando se llevaron a Alicia Villaverde, Héctor quiso avisarle a Alicia Pifarré, que en ese entonces vivía con ellxs, entonces fue a buscarla a la universidad: “no la encontré y nunca más la vi”, dijo: “no la vi esa noche y no la vi nunca más, ni a ella ni a Susana Mujica ni a ninguno de esos chicos que pertenecían al grupo de teatro”.

A partir de ahí, emprendió la búsqueda acompañado por el teatrista Raúl Toscani. De todos los lugares a los que fueron, en la sede neuquina de la Policía Federal el hombre pudo reconocer el gamulán que estaba usando su hermana.

Héctor Villaverde, hermano de Alicia

Luego le recomendaron viajar a Buenos Aires, al Congreso, donde habló con un comisario (Bordón, sin más referencias) que le aseguró que pocos días después tendría novedades. De vuelta en Neuquén, de la mano del abogado Hugo Lapilover presentó un habeas corpus.

A los pocos días, apareció en su puerta un hombre pelirrojo, desconocido, que le informó que en la casa de un pariente suyo, en Río Colorado, había dos chicas para ir a buscar. Héctor Villaverde viajó inmediatamente y, en efecto, una de esas mujeres era su hermana. Recordó que mientras las traía “no podía creer lo que deja la tortura en el pecho de una mujer, es desastroso, un pecho abierto; su estado físico era una cosa terrorífica”, e hizo referencia a la violación post liberación por parte de un policía.

El testigo también recordó que mientras Alicia y Darío estaban secuestradxs las fuerzas represivas allanaron dos veces la vivienda en la que quedaron su madre y sus sobrinxs.

Concluyó diciendo que “el pánico no se te va más; yo tengo dos hijas a las que lamentablemente he educado con miedo, miedo, miedo a todo, a que frene un auto afuera de tu casa aunque sean las nueve de la mañana”.

 

El próximo miércoles 3 de marzo desde las 9 continúa el juicio con testimonios que revivirán los secuestros de Alicia Pifarré y Susana Mujica, quienes integran la lista de lxs 30.000 que el estado terrorista  en dictadura desapareció y sobre la que todos los gobiernos democráticos desde 1983 a esta parte permitieron silencio.

 

#NiOlvidoNiPerdónNiReconciliación
#FueGenocidio

¡30.000 compañerxs detenidxs desaparecidxs PRESENTES!

 


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