(Por Kuña Mbarete y Bárbara Taboada) Conversamos con Ezequiel, joven atacameño, quien como tantos otrxs hermanxs, atraviesa una de las múltiples formas de recuperar la identidad donde el territorio y los lazos comunales, asume, son fundamentales. Ezequiel nos recibe, se sienta en una silla de escritorio y empieza a moverse en ella nervioso; es que las charlas le encantan, pero las entrevistas lo incomodan, al igual que las fotos. Esto es propio de él, de su carácter, de cómo se construye espacios con otras personas originarias; en los cuales se suprime el protagonismo, abrazando el anonimato, la horizontalidad, la circularidad de la palabra como un posicionamiento político que fue puliendo a medida que pasaron los años. Entre Buenos Aires y San Antonio de los Cobres, entre edificios y cerros, entre asfalto y nubes que acarician el cielo.
Pedir que nos cuente un poco sobre él es iniciar un recorrido de historias compartidas por muchxs que deben migrar de sus lugares de origen, a causa de “falta de oportunidades», consecuencias del despojo territorial que se sufre hace siglos. Las únicas opciones posibles de aparente “progreso” son el ingreso a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, al Estado o a trabajos mal remunerados que tienden a explotar el territorio; o como en su caso, para acceder al estudio secundario.
Ezequiel (29) nació en San Antonio de los Cobres, la “Puna de Atacama”, pueblo situado a 160 kilómetros de Salta capital, conocido por “El Tren de las Nubes” y la explotación de Litio.
En su relato podemos apreciar la descripción de un paisaje árido, protegido por cerros entre los cuales vivió hasta los 12/13 años en compañía de sus padres. Luego tuvo que migrar a la capital, para iniciar estudios secundarios; lo cual es habitual en muchos jóvenes, ya que la decisión política tiende a ubicar las instalaciones educativas fuera del territorio.
En la ciudad vivió entre hermanxs mayores, alternando entre unxs y otrxs, quienes iban y venían por sus trabajos, dejándolo solo gran parte del tiempo. Durante esos años visitaba al pueblo, solo en vacaciones.
La vuelta, ese momento de libertad, significaba no solo el reencuentro con sus padres, hermanxs y territorio; sino también, el encuentro ancestral, aún no tan visible pero sí sensible en la celebración de carnavales.
La influencia católica fue y es muy fuerte en San Antonio de los Cobres; sin embargo, esto no impidió que se mantenga la espiritualidad de las naciones originarias que allí resisten. En ese momento de ritualidad, Ezequiel volvía.
I. IDENTIDADES IMPUESTAS E INVISIBILIZADAS
Las identidades indígenas no siempre pueden ser nombradas, pero eso no significa que no se tengan. En los procesos de recuperación identitaria son muchas las capas a atravesar.
-¿Qué crees que define a tu identidad?
-El territorio… pero todo lo que implica el territorio.
Yo siempre menciono la pertenencia a los cerros, a los vientos, creo que mi identidad está compuesta por ese paisaje, de donde soy. En Salta, aún no me reconocía indígena, lo veía por fuera. Al nombrar «Los pueblos originarios», lo tomaba como algo externo. En todo lo que fue el paso por el secundario, así lo viví. Cuanto mucho pronunciarme como «descendiente de …»; pero la verdad es muy lacerante.
A Capital Federal, vengo con esa cabeza. Pensaba en trabajar, estudiar, terminar y volver; pero no a San Antonio, sino a Salta. Es un caminito bastante distinto el que terminé decidiendo hacer.
Llegué en el 2010. La cuestión de la identidad pasaba por otro lado, no la identificaba totalmente. Estaba ese “mix del gaucho”, de “la persona venida del interior”; pero es en Buenos Aires donde empiezo a cuestionarme ciertos modos de percibirme a mí mismo.
-¿A qué te referís?
-La argentinidad muy al palo estaba en esa época, “la patria grande», el “latinoamericanismo”… todo esto hace que la identidad indígena tenga que tener un otro esfuerzo de construcción.
En el 2013/2014 empiezo a cuestionarme. Ya no me reconocía como “descendiente de”, pero asumía una identidad que no podía nombrar en lo concreto, tenía presente esta cuestión del rostro, del cuerpo, de la pertenencia a un territorio; compartida no con porteños, sino con hermanxs de Jujuy, Bolivia o Perú, porque la historia que tenemos, viene de una raíz en común que fue justamente truncada por estos proyectos genocidas que empezaron a partir de las independencias burguesas de todos los países de «latinoamérica».
Extrañaba todo lo que era mi pueblo, podría haber dicho: “Si, Soy San Antonenio», «¡Soy salteño!». El simple hecho de añorar tu tierra, te lleva a reconocer el lugar como te dijeron es; pero en realidad, lo que comienza a hacerme ruido es identificar esta otra raíz.
-¿En qué momento empezás a notar esa otra raíz en común y dónde?
-Cuando empiezo a ver la existencia, a lo largo de todo este rincón que llamaron América, de luchas y recuperaciones; siento que hay algo en común, algo familiar.
Cuando entiendo que las defensas que se hacen en los territorios similares al mío, implican otra identificación, que uno ve en sus abuelos. Yo solo tengo viva a mi abuela, pero a partir de mi mamá, reconozco que ella utiliza muchas palabras en quechua, que hay varias formas tradicionales presentes: la celebración de la pachamama, del día de muertos… Todas esas cuestiones hablan de una defensa del territorio que en muchos movimientos masivos no es nombrado. Notarlas en mi generó un despertar.
– ¿Podrías puntualizar en algunos de estos “despertares”?
-Si, en la actividad del 12 de octubre del 2013/14. Ante la pregunta: ¿Qué significa esta fecha? la respuesta común era somos todos «hijos de la tierra»; pero al mismo tiempo, venía un hermano Wichí y decía: “nosotros somos hijos de la tierra, somos Wichí, no somos argentinos ni a palos, y esto es lo que pasa allá…”. Había un escenario y micrófono abierto, e iban pasando denuncias concretas que tenían que ver con la coyuntura del momento, pero evidenciaban un reclamo histórico que no era sostenido por otros espacios multitudinarios o masivos. En los movimientos grandes hay cantidad de hermanxs; pero están sosteniendo una bandera ajena, conformando las enormes filas, no con el mismo fin identitario…ahí hay otro tipo de cuestiones que no fortalecen.
-¿Asumís que la identidad se construye o se recupera?
-Se construye entendiendo que somos “productos” de una educación argentina, que devenimos en ciudadanxs de «x» país… y que a partir de eso tenemos que recuperar la identidad negada; que está presente, por ejemplo, en el carnaval o en mi mama diciendo palabras en quechua.
Entonces la recuperación se hace al mismo tiempo que se va construyendo. Tenemos una identidad secuestrada, la reconstruimos a partir de hermanxs mayores, a partir de otros relatos o a partir de la formación misma.
Detrás del proceso propio hay una construcción histórica truncada. No podría hablar de identidad, si otros hermanxs no están construyendo lo mismo. Lxs necesitas para que tu construcción histórica sea acorde; y por otro lado, para que tu deconstrucción sirva a la deconstrucción del pueblo.
-¿Quiénes son tus hermanxs y dónde los has encontrado?
-Voy a llamar hermanx a cualquiera que me diga: “estoy haciendo una recuperación identitaria, yo reivindico mi identidad indígena”; por más que no le conozca, le voy a decir hermano-hermana, porque es un mismo proceso.
La gente que vive en mi pueblo son los más cercanos, todo el Qollasuyu* así lo es; como también todas las luchas que tengan que ver con la identidad indígena, nativa, originaria, india.
Por esto, a partir del aniversario del fusilamiento de Rafael Nahuel nos autoconvocamos como hermanxs para ponernos en diálogo, y trabajar durante ese primer año juntxs, generando espacios donde fortalecernos.
–¿Sentís que hay formas que pueden ayudar más en los procesos de recuperación identitaria?
-Sí, los espacios que sean únicamente habitados por originarios, en grupos cerrados, no mixtos, conformados por personas que tienen una misma búsqueda, con cuerpos racializados*. Me parece que son los que logran que esa recuperación sea “efectiva”, pero es porque justamente se generan otro tipo de vínculos, que son necesarios.
Si los encuentros se piensan como reflexiones íntimas, terminan siendo más cercanas a nuestro sentir diario, y no cuestiones académicas o frías que tienen otro tipo de interés. Si lxs hermanxs asumen la responsabilidad de la identidad que portan como algo netamente político y no folclórico, es aún mejor. El ser crítico, el poder hablar, el problematizar sin tener miedo; es entender que esto es lo que fortalece.
Esos encuentros son los mejores; sino todo termina siendo conducido por lo que dice una sola persona, lo que necesita un partido o cosas parecidas con objetivos ajenos a nuestros procesos
-¿Por qué “no espacios mixtos”? ¿A qué te referís?
-Porque planteamos jornadas que tienen que ver con una recuperación identitaria, o mejor dicho jornadas que plantean la recuperación identitaria como actividad, como el encuentro en sí mismo; que permiten hilvanar distintos caminos que no son atravesados por personas blancas. A esto nos referimos con espacios “no mixtos”. Es importante resguardarlos ya que aportan sensibilidad, un clima de contención familiar; que permite que hermanxs que nunca se animan a hablar, a causa de que fuimos acostumbradxs a estar calladxs, lo hagan.
Entonces que esta persona se sienta en la comodidad de poder contar que en su familia se come “sopa paraguaya”, sin dar mayores explicaciones: es enorme! Es el gran logro, el poder escuchar a quienes en otros ámbitos no pueden manifestar sus sentires, y andá a saber, si antes de ellxs, sus padres, madres, abuelos y abuelas pudieron hacerlo.
Si vos no permitís que los espacios tengan un mínimo de cuidado para esos hermanxs que van a compartir algo que les atraviesa el cuerpo, es muy fácil que termine callando; segundo, en caso de que logre reunir las fuerzas para hablar, es difícil que su sentir no sea llevado para otro lado, que justamente se pierda el centro de todo esto.
Son tan necesarios en ese sentido los espacios así, porque permiten que lxs hermanxs no callen ni se sientan juzgados, ni usados por otrxs.
II. TERRITORIO E IDENTIDAD: VOLVER PARA SANAR
Los procesos de recuperación se dan en diferentes espacios, momentos; pero la vinculación con el territorio es única para cada nación ancestral. Hay quienes la atraviesan en las ciudades y piensan volver, como Ezequiel; y hay quienes se quedan en los territorios y pasan por diferentes realidades.
El volver al territorio no asume volver a un espacio físico, sino a un espacio vivo, propio, interno-externo. El territorio está dentro de cada persona originaria, como también el newen (fuerza) radica en el sitio de origen; ambos demandan cuidado y protección ante la devastación que promueven las empresas ecocidas, y el sistema opresor que busca quebrar a nuestros jóvenes, aislándolas tanto en las grandes ciudades como en la explotación minera… todo es corrosivo.
Esto fue lo que motivo a la organización del “Encuentro de Jóvenes Originarios”, ante el alto índice de suicidio juvenil que se presentaba en “San Antonio de los Cobres”.
-¿Qué podés contar del “Encuentro de Jóvenes Originarios”?
-Bueno, en el 2017 empezamos a hablar con hermanxs de mi pueblo, sobre cómo incidir en lo que allí estaba ocurriendo con los suicidios en adolescentes.
Nosotros considerábamos que la identidad como herramienta, podría servir para problematizar esta situación, para dar un giro; porque el tema era abordado desde un montón de lugares , pero en ninguno se tenía en cuenta la cuestión de “la identidad”. Se da por sentado como un tema de “salud mental”, se omite que estamos hablando de jóvenes que viven en “San Antonio de los Cobres”, que la mayoría termina la escuela a los 12 o 13 años; y si no pueden continuar los estudios en el pueblo, tienen que irse a algún otro lugar o empezar a trabajar en las minas. También es importante reconocer el excesivo control de las sexualidades y cuerpos disidentes, que no son aceptados por la Iglesia Católica. De hecho, algunos casos de suicidios, estaban relacionados directamente con este tema.
Quisimos no caer en la cuestión simplista de “hacemos un taller”, para evitar que los adolescentes se suiciden… No, no era ese el sentido; había que buscar sanar. Encontrarnos, escucharlxs y ver qué es lo que sienten como factor clave para entender la causa.
Por eso decidimos reunirnos, vernos con los territorios entroncando la historia, nuestras costumbres, alimentación, sexualidad y género; replantearnos cómo experimentamos los sonidos, la música, la espiritualidad.
-Y estando fuera del territorio, ¿dónde encontrás la fuerza?¿Qué te nutre?
–Justo me lo decís en una etapa donde cuestiono muchísimo eso: sí acá, estando en Buenos Aires hay algo que me nutra.
Creo que la fortaleza principal está en seguir construyendo entre hermanxs: para ponerse a soplar el sikus, para que nuestras cotidianidades estén sostenidas por esa comunidad.
La fortaleza principal es esa, porque es muy difícil estar en una ciudad que no te pertenece; y si tu comunidad es la misma con la que activas, es de una potencia enorme.
Espero poder nutrirme de los saberes de los hermanos mayores, de las inquietudes de los de mi edad; y desde la sapiencia de los más chicos que hacen que uno realmente sienta que está en el territorio.
En cuanto a la comida también, cuando agarro la coca y coqueo me siento allá. Me siento en mi pueblo.
-Ezequiel, ¿dónde está tu corazón?
-Todo mi espíritu está en el territorio. En lxs hermanxs que lo defienden y lo habitan, en quienes te ayudan de alguna manera para seguir teniendo ese norte. Mi corazón está puesto en ellxs y en los cerros, las tolas, la tierra, el silencio. En advertir que esos elementos también los puedo identificar en personas que están y otras que se fueron. Mi corazón está en ese territorio.
GLOSARIO:
*Atacama: pueblo ancestral transfronterizo ubicado en el norte de Chile y noroeste de Argentina.
*Qollasullu: Zona Sur del Tawantinsuyu, territorio ancestral pre existente que se extiende al sur de Cuzco (Perú), desde los Andes y el altiplano Boliviano hasta el norte de Chile, y desde las costas del pacífico hasta Argentina.
*Cuerpos racializados: cuerpos que presentan características fenotípicas o culturales consideradas inferiores a los estándares europeos-occidentales (rasgos, color, acento, idioma, religión y costumbres), por lo cual sufren violencia racista.