Nada más parecido a un machista de derecha que un machista de izquierda

Escrito por el 05/12/2016

En el 31 Encuentro Nacional de Mujeres realizado en Rosario, mujeres y tortas de la RNMA mantuvimos una radio abierta en conjunto con Radio Feminista. En ella dedicamos un bloque a un tema tabú, que es el de las violencias heteropatriarcales en las organizaciones de izquierda. Las mismas reproducen exactamente las mismas lógicas que aquellas ejercidas por quienes no luchan contra el capitalismo, pero se invisibilizan, se encubren, se relegan “para después”, porque “primero está la revolución”. ¿De qué revolución hablamos cuando se le tapa la boca a otra opresión?

 

El 31 Encuentro Nacional de Mujeres se llenó de hombres. Los había por doquier. En las escuelas donde se dormía, en las escuelas donde transcurrían los talleres, en las plazas, en la marcha. Aparecían cuando te estabas durmiendo, cuando estabas contando en un aula y con total confianza sorora cómo tu marido te cagó a trompadas , cuando al fin te animabas a hablar de aquella violación que te costó años nombrar como tal, cuando estabas con tus compañeras sentada en la plaza debatiendo estrategias contra el heteropatriarcado, cuando estabas por llegar a una escuela, cuando estabas marchando y te sentías libre y plena, cuando reprimían y el miedo te paralizó, cuando te ibas, cuando venías, cuando te reías, cuando llorabas.

Reparto de prensas y volantes, venta de comida, artesanías y libros, “ayuda”, todo era una buena excusa para no correrse del centro en el que el sistema los puso y les queda súper cómodo. Porque eso no se lo cuestionan.

A todas nos llegaron versiones, de una u otra compañera, de “militantes” de “izquierda” interviniendo durante la represión impulsando a aquellas mujeres que con –aceptable, comprensible y genuino- miedo querían alejarse del foco represivo a que permanezcan. A que pongan lo que hay que poner. “Lo que hay que poner”, no lo que quisieran o pudieran.

Todas nos vimos interceptadas por hombres imponiéndonos material de lectura, muchas lo rechazamos por el simple hecho de que sean ellos quienes nos lo entregaran. Cada mujer con la que hablamos nos confirmó la presencia de hombres en su escuela. Que se tenía que ir a cambiar al baño o dentro de la bolsa de dormir por pudor, por no poder estar en tetas por sentirse observada-acusada-acosada por el género opresor, aunque sean sus compañeros.

En una marcha de más de 100.000 mujeres, tortas, trans, travas, queers, también estaban ellos. Los que nos violan, los que nos cagan a palos, los que nos callan, los que nos matan. O los  que no, pero representan eso mismo contra lo que esas más de 100.000 nos rebelamos con los pasos que retumbaron tan fuerte que quisieron acallarlos con balas y gases.

De esos hombres, de los omnipresentes, de los que no nos pueden dejar solas, también hablamos en la radio abierta montada en el centro de la plaza San Martín de Rosario, en el 31 Encuentro Nacional de Mujeres. De los hombres en las organizaciones.

De que nos callan, de que aprovechan sus roles de referencia para abusar sexualmente de nosotras, de que siempre son la voz, de que tienen todas las herramientas para “ponerse de nuestro lado” y lo hacen, porque el discurso también les sirve un montón.

Una de las compañeras que tuvo la palabra durante el bloque sobre violencia en las organizaciones fue Yeni, de La Brecha Río Negro, quien comenzó asegurando que “las organizaciones, aunque nos consideremos feministas, no estamos exentas de este tipo de casos”.

“Nosotras en particular este año vivimos la expulsión de un ex compañero, Santiago Villegas, porque en reiteradas ocasiones tenía prácticas patriarcales dentro de la organización, como la subestimación constante de las compañeras y su palabra, el intento de sexualizar cualquier tipo de intervención en el marco de la organización, y la última situación fue la denuncia de una compañera bastante cercana a la organización de que había sufrido acoso por parte de Santiago”, relató la compañera: “esa fue la gota que rebalsó el vaso, porque las otras prácticas las veníamos marcando. Fue un proceso largo de poder visibilizarlo, porque él era un referente dentro de la organización y expulsar a un referente tiene sus costos; era un referente no solo en lo que era La Brecha en Fiske, sino en Derechos Humanos en Neuquén, entonces se valía de esa impunidad para sortear estas denuncias”.

Sobre el apartamiento de Santiago Villegas, detalló que “en ese momento nosotras hicimos un comunicado público cuando lo expulsamos y él redujo todo a ´le quise dar un beso a una piba´ y después de guardarse un tiempo hoy está en proceso de sumarse a otra organización que es La Dignidad y planteaba venir al Encuentro, cuando nosotras lo habíamos salido a denunciar por todos lados; esto también es parte de sus prácticas perversas”.

Por su parte, Lihue de Cauce Córdoba remarcó: “vivimos en un contexto patriarcal y machista entonces nadie está exento de reproducir esas lógicas y es por eso que muchas veces incluso en nuestras organizaciones de izquierda nos encontramos con situaciones de violencia patriarcal”.  Ante esto, afirmó que “uno de los primeros pasos para poder afrontarlo es discutir permanentemente estas prácticas y por otro lado el abordaje colectivo de estas prácticas, siempre respetando la voluntad de las compañeras que se sientan violentadas”.

“Nosotras en Cauce Córdoba tuvimos que escrachar a un compañero que había sido parte de la organización, que al momento del escrache ya no la integraba, pero lo decidimos después de un proceso muy largo, porque creemos que la visibilización de las situaciones de violencias es necesaria y es una herramienta que hemos conseguido como feministas ante la justicia patriarcal, ante el Estado patriarcal y ante los compañeros machistas y patriarcales”, cerró Lihue, refiriéndose al escrache a Martín Gómez por abuso sexual. 

El broche del panel lo puso Mirta Israel, de Pañuelos en Rebeldía. “Nosotras y nosotros venimos recibiendo una demanda de abordar estos temas desde los procesos de formación, encontrándonos organizaciones que cuentan cosas como las que cuentan acá las compañeras, e intentando intervenir sin tener recetas ni respuestas, entendiendo que es una construcción colectiva”, relató: “también entendemos que no puede haber una única respuesta, ni siquiera para un mismo hecho, porque no son exactamente iguales, ni se podría pensar en la expulsión de todos los varones patriarcales de las organizaciones porque son la mayoría; en todo caso algunos se destacan más porque tienen más poder”. Para ella “eso nos lleva a preguntarnos cómo estamos construyendo poder y qué concepción del poder tenemos desde las organizaciones; sobre todo las mujeres, que muchas veces vemos en esos compañeros al Che Guevara, y como no podemos cambiar al Che Guevara sí podemos pensarnos a nosotras mismas sobre qué estamos colocando en ese otro, porque se generan relaciones de poder que son similares al poder que queremos derrocar; ¿por qué decimos que queremos derrocar al capitalismo y al patriarcado, pero después en nuestras organizaciones y en nuestras casas y en nuestras camas reproducimos esa lógica y esa cultura que decimos querer destruir?”.

La militante de Pañuelos en Rebeldía recordó una anécdota de Lolita Chávez, compañera campesina autoridad de la comunidad Maya K’iche’ de Guatemala: “nos contó que las mujeres de la comunidad empezaron a reunirse entre ellas y a hablar cosas de ellas que nunca habían hablado; algunas de ellas que son autoridad participan de las asambleas junto a los hombres y esos hombres les decían que tenían que hablar más fuerte, que ser más firmes, y entonces salta una fortalecida por esos espacios que estaban teniendo  y le dice ´sí, pero como vos me seguís pegando en casa, a mí cuando me pegás me debilitás para luchar contra las transnacionales´”. Y concluyó: “ahí nos daba una lección Lolita sobre esta relación entre lo político cotidiano y lo  político macro que a veces en las organizaciones se jerarquiza, esto de que lo personal es político”.

Dentro de la Red Nacional de Medios Alternativos transitamos un proceso de expulsión que nos llevó a redefinir límites y a empoderarnos como mujeres y tortas. Martín Miguel Sande es un macho violento que participó durante muchos años de nuestra organización. Repitiendo las mismas actitudes que muchxs otrxs, la subestimación de las compañeras, la monopolización de la palabra, la manipulación en las discusiones colectivas y en las relaciones interpersonales, eran moneda corriente de este macho que acumulaba poder constituyéndose como un referente del sector. 
Al interior de la RNMA, visibilizar estas prácticas particulares nos sirvió como ejemplo de lo que no queremos dentro de nuestra organización, como ejemplo de las relaciones personales que no queremos seguir reproduciendo. Hoy en día Sande está expulsado de la Red; su negación a las acusaciones y su falta de voluntad política para debatir internamente estas actitudes, hicieron que la expulsión sea el único camino posible para continuar un proceso real de debate y cuestionamiento.

Para cerrar esta nota, compartimos un listado de “actitudes del machismo de izquierda” a cuya autora no pudimos identificar pues circula por redes sociales y blogs desde hace algunos años sin firma:

“* Cuando simpatizo con la causa de la liberación de la mujer solo en tanto y en cuanto me parezca funcional a «mi» causa de la liberación del proletariado. En el momento en que el feminismo se sale de esos límites «proletarios», ya tengo preparado el «burgués» y «pequeñoburgués».

* Cuando minimizo o desecho las luchas feministas diciendo «el verdadero problema es el capitalismo» (y de esa manera demuestro mi ignorancia sobre cómo se articulan capitalismo y patriarcado y sobre la influencia reaccionaria que tiene el machismo sobre la clase trabajadora).

* Cuando, al igual que la derecha cuando justifica el orden social clasista-jerárquico haciendo extrapolaciones arbitrarias de la biología, hago lo mismo respecto a los comportamientos y roles de varones y mujeres. De esa manera contribuyo a la invisibilización y por lo tanto a la marginación de todos los estilos de vida que no cumplen con la heteronorma.

* Cuando no puedo dejar pasar la ocasión de decir «el verdadero problema es de clase» cada vez que se dice algo desde una perspectiva de género.

* Cuando solamente veo al machismo en sus manifestaciones más visibles y explícitas (feminicidio, trata, violencia doméstica, violaciones, discriminación laboral) y me niego a verlo en sus manifestaciones más sutiles (acoso callejero, inequidad en el reparto de las tareas domésticas, violencia verbal, simbólica y psicológica).

* Cuando hago mucho aspaviento por los actos de machismo cometidos por burgueses, políticos, figuras públicas pero me hago el distraído sobre el machismo en mi clase social, en mi laburo, en mi partido.

* Cuando solamente denuncio el machismo y la homo/transfobia de políticos, empresarios, comunicadores, policías u otros agentes directos de la opresión y nunca interpelo al machismo de los varones de clase obrera en general ni el de mis compañeros de partido en particular.

* Cuando descalifico las luchas feministas que me molestan diciendo «feministas eran las de antes», lo cual es una manera más políticamente correcta de decirles «feminazis».

* Cuando creo que la solución del machismo pasa únicamente por realizar ciertas reformas institucionales, y excluyo mi propia autotransformación.

* Cuando intelectualizo las discusiones desde un lugar de «objetividad científica» como excusa para no empatizar con el punto de vista «demasiado subjetivo» de las víctimas del machismo.

* Cuando le doy más valor a mis TEORÍAS sobre el género y la diversidad sexual que a las EXPERIENCIAS de mujeres y gente LGBT.

* Cuando la juego de «escéptico» como excusa para no investigar concretamente sobre el tema ya que… ¿quién necesita datos si ya tiene LA teoría revolucionaria?

* Cuando ridiculizo las reivindicaciones feministas/LGTB por «exageradas», sin hacer el mínimo esfuerzo por ponerme en el lugar de las personas marginadas.

* Cuando demuestro incomodidad y me pongo hostil ante la crítica radical del machismo, tomándome todo a personal y diciendo cosas como «yo no tengo la culpa de siglos de opresión».

* Cuando todas mis posiciones sobre el tema están diseñadas para no quedar pegado a la derecha, pero sin que eso implique un compromiso real de mi parte con esta causa.

* Cuando me creo con el derecho de emitir cualquier opinión ignorante, prejuiciosa, y paranoica sobre temas de sexo-género, ya que no son lo suficientemente importantes como para investigarlos. Cuando creo que son «los otros» los que tienen que convencerme, y no yo el que tiene que aprender.

* Cuando coincido con la gente de derecha en preguntar «¿por qué feminismo y no igualismo?», lo cual indica que ni siquiera me importa el tema para hacer una búsqueda en google pero me siento amenazado o desplazado por un movimiento que pregona la libertad y el poder para las mujeres.

* Cuando señalo el hecho -verdadero- de que hay machistas en las organizaciones izquierda porque sus miembros también vienen de la sociedad capitalista y patriarcal a la que combaten, pero lo hago para justificar ese machismo de «los compañeros» y no para arrimar mi hombro a la tarea.

* Cuando digo «después de la revolución vemos».

* Así como los machistas de derecha buscan ejemplos de mujeres que agreden hombres o falsas denuncias contra hombres o situaciones donde las mujeres son privilegiadas o los hombres sufren más para querer desmentir el patriarcado, yo busco situaciones donde hay feminismo burgués o blanco para justificar que la izquierda no tiene nada que aprender del feminismo.

* Cuando soy muy revolucionario hablando de capitalismo y socialismo pero me convierto en «pragmático y realista» hablando de machismo y feminismo.

* Cuando digo que el socialismo no tiene nada que tomar del feminismo porque «la cuestión de la mujer» ya estaba planteada en algún texto socialista de siglos pasados.

* Cuando ante una expresión de odio y de ira por los femicidios, las violaciones, y el discurso que minimiza la violencia hacia la mujer, me pongo desde un lugar progre a dar sermones del tipo «esa no es la manera, hay que educar». Total, yo no soy el que tiene que convivir con la impotencia y con la tristeza de pertenecer al grupo vulnerado.

* Cuando pongo más énfasis en criticar al feminismo por cómo comunica sus ideas que a la cerrazón mental machista, producto de privilegios y no solo de «ignorancia».”


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