Escuelita VII: “la desaparición es un hueco”
Escrito por El Zumbido el 16/06/2021
Este miércoles, en el séptimo juicio contra genocidas en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, declararon Lorena Cháves, hija del desaparecido Carlos Cháves, y Berta Perazo, compañera y madre de la hija del desaparecido Julio Galarza. Ambos militaban en el PRT-ERP y eran trabajadores de YPF en Cutral Co cuando el aparato genocida desató la represión contra esa organización revolucionaria en la región; el primero fue secuestrado el 14 de junio y el segundo logró pasar a la clandestinidad, pero fue secuestrado un año y medio después. Sin conocerse entre ellas, las testigas trazaron el mismo mapa de dolor.
“Tuve que armar a mi papá”
El secuestro y la desaparición de Carlos Cháves, trabajador de YPF y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores llevado por el operativo represivo conjunto desatado en Cutral Co hace 45 años, comenzó a ser investigado en este tramo del juicio en la última audiencia, cuando declararon Gladis Durán, quien fue su compañera, y sus cuñadas Nancy y Amalia. A pedido de Gladis, se sumó como testiga a su hija Lorena Cháves, que tenía apenas tres meses cuando el genocidio le arrancó a su papá, y declaró esta mañana.
La mujer que hoy tiene 45 años, comenzó relatando que durante sus primeros años creía que su papá había muerto y que fue luego de una pelea con una compañera de la primaria, a sus 10 u 11 años, que se animó a preguntar concretamente qué había sucedido: “a tu papá se lo llevaron los milicos”, le respondieron y volvió el silencio.
A sus 16 años, su tía Nancy le contó más: “me contó cómo fue el secuestro, cómo se lo llevaron, que primero se había escondido pero cuando amenazaron con llevarse a mi mamá se entregó, que tenían mucho miedo, que golpearon a mi tío Omar, que tenían miedo por mí que tenía tres meses”, detalló.
“Una crece con mucho silencio de la familia y sé que no soy la única de los hijos que creció así”, aseguró Lorena Cháves, que llegó a la audiencia acompañada de Pablo Hodola, hijo de Oscar Hodola y Sirena Acuña, ambxs secuestradxs el 12 de mayo de 1977 y desaparecidxs antes de que él cumpliera los dos años de edad, cuyxs xadres eran compañerxs de militancia y hoy ellxs, sus hijxs, construyeron una amistad basada en la historia común. “Una crece con una tristeza que no sabe de dónde viene, un vacío, una falta…”, continuó y dijo que tras una charla con su tía después de la declaración del pasado miércoles reflexionó sobre “si un hijo de una mamá o un papá que muere en un accidente o robo pensará lo mismo” y entendió que “nosotros tenemos una historia tan oscura y horrible atrás nuestro, que es lo que nos genera ese vacío tan grande, que nos lleva a creer que nadie nos quiere”.
Cuando Lorena Cháves tenía 25 años, después de haber pasado una adolescencia que definió como “difícil”, llegó a su casa Noemí Labrune, que iniciaba la investigación que publicó en el libro “Buscados”. La referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos las buscaba a ella y a su madre: “ahí empecé a conocer lo que había pasado con mi papá, que para mí era una incógnita lo que había pasado después de que salió de la casa”.
A partir de ese momento, Lorena se identificó como hija de desaparecido y empezó a juntarse con otras personas que también buscaban justicia, así fue como viajó por ejemplo a los primeros juicios contra genocidas en Bahía Blanca, donde tuvo sus primeros contactos con ex presxs políticxs. Contó al tribunal que cuando por primera vez leyó en el libro “Buscados” que “Carlos Cháves se encontraba en su casa con su mujer y su hijita, ahí, a mis 25 años recién me di cuenta que esa hijita era yo y que mi papá era una persona, fue totalmente shockeante”.
“Así fui armando la historia, armando a mi papá”, continuó: “todo ese silencio, esa falta y ese vacío uno lo traslada a sus propios hijos y cuesta el abrazo y dar cariño, porque crecimos así, y yo se lo expliqué a mis hijas”.
“Lo que hicieron esas personas no fue solamente a mi papá o a los desaparecidos, rompieron familias completas, vínculos, y es muy difícil reparar”, reflexionó Lorena Cháves: “no es culpa de nadie más que de ellos, nos quietaron el disfrute, conocerlos” y ejemplificó “yo no comparto muchos de los ideales de los que tenía mi papá, pero me quitaron la posibilidad de discutirlo en una sobremesa”, asegurando que “no tengo vergüenza de su militancia en el PRT, eran sus ideales y su valentía de seguir la lucha en ese momento y hay que reconocerlo, eran convicciones propias y lo entiendo”.
En relación a su militancia, explicó que “mi mamá dice que él mentía –al no informarle sobre sus actividades militantes-, pero Dora (Seguel) me explicó que era para cuidarnos”. También dijo que el día anterior a su desaparición, a partir de un mensaje “en clave” que recibió, Cháves le contó a Gladis Durán que participaba en el PRT-ERP y que seguro lo buscarían.
La mujer, al igual que contó su madre el miércoles pasado, dijo que “él cantaba en un grupo de folklore” y lamentó “yo no conocí su voz cantando” y “podría haber bailado una zamba con mis hijas mientras mi papá cantaba; nos sacaron también todas esas cosas del disfrute cotidiano, nos quitaron mucho”.
Hace un tiempo, Lorena conoció a otro hijo de Cháves, a través de una nieta que lo reconoció en las fotos colgadas frente a la sala de AMUC donde se realizan las audiencias, y a partir de esa ocasión pudieron reunirse.
En el último tramo de su testimonio, la hija del desaparecido Carlos Cháves expresó: “me puse a pensar si habrá pensado en mí cuando estaba atado, sucio, en la peor manera que pudo estar, habrá sentido miedo por mí o por mi mamá, alguien le habrá dicho que se quede tranquilo de que a su familia no le había pasado nada” y “ruego que alguien le haya podido decir que su familia estaba bien y que no se haya ido pensando que nos había pasado algo”.
“Yo me tuve que preguntar si mi papá me quería”, resaltó.
“Poder estar acá es reparatorio en muchos sentidos, emocional, psicológico, no solamente para mí y mi familia, también para sus compañeros y sus hijos”, y concluyó: “también como abanderada de los hijos que no van a tener la oportunidad de decirle a la justicia todo lo que sufrieron”.
Finalizó leyendo al tribunal un escrito que hizo identificándose como parte de “los chicos de los padres desaparecidos porque ‘algo habrían hecho´”, que cerró subrayando que “cortaron muchas flores, pero no detuvieron la primavera, porque los ideales y el compromiso siguen intactos”.
“En estos días se están cumpliendo 45 años de la última vez que vi a Julio”
Berta Raquel Perazo era compañera del desaparecido Julio Isabelino Galarza, con quien tenían una hija de seis meses cuando tuvo que pasar a la clandestinidad y sus vidas cambiaron radicalmente. El hombre militaba en el PRT-ERP y era trabajador de YPF en Cutral Co, donde se instalaron en 1975.
“Él militaba desde antes de conocernos, yo no militaba en nada, pero sabía y las cosas siempre estuvieron claras, aunque siempre trató de mantenerme al margen y no exponerme”, comenzó relatando Perazo, quien dijo que no se hacían reuniones en la casa que compartían, ni tenía armas ni materiales de difusión. “Participaba de un grupo con el que se encontraban como si no se conocieran, en determinados lugares y a determinados horarios” y “un día me dijo ‘nos tenemos que ir porque cayó la compañera Silvia (Arlene Seguel) y el que sigue soy yo’”. Explicó que “ellos tenían organizado de tal manera que pudieran soportar las torturas a tal punto que podían decir un solo nombre, y el que seguía era el de él”.
Primero fue Berta Perazo la que se fue con su hija a lo de un amiga a Neuquén. “A los dos días llegaron él y un compañero –cuyo nombre recuerda como Marcelo- a dormir ahí y al día siguiente se fueron y nunca más lo vi”, relató: “en estos días se están cumpliendo 45 años de eso”.
El 12 de junio fue el día en que Julio Galarza se fue de la casa de la amiga de Perazo y al día siguiente, el 13, ella tenía pensado volver con la bebé a Cutral Co, pero prefirió esperar un día más por las condiciones climáticas: “por suerte fui a la mañana siguiente, porque cuando llegué a puerta de mi casa vi que habían allanado porque habían roto la puerta en dos”.
“Estaba con mi beba y cuando me animé a entrar vi el desastre que había adentro, rompieron todo, hasta cajas de alimentos, se llevaron las fotos de los portarretratos, un cassette que tenía donde tenía los primeros sonidos de mi hija, una cámara con fotos y por eso no tengo fotos de él con mi hija, sacaron una sábana y ahí cargaron mis apuntes de la universidad, un calentador, una plancha”, contó Berta Perazo: “yo estaba ahí acomodando un poco y dándole la mamadera a mi hija cuando llegó una vecina, a la que no conocía porque hacía poco que vivíamos ahí, y me dijo que eso no lo habían hecho ladrones comunes, que habían llegado en camiones y con armas largas, que patearon la puerta y que se escuchaban golpes, que había sido a las 3 o 4 de la madrugada”. La mujer confió en la vecina, le pidió que le cuidara a la bebé y le dejó toda la plata que tenía “por si algo me pasaba”, también le dio los datos de sus xadres que vivían en Santa Rosa.
Perazo aseguró ante el tribunal que “pensé hasta en tirarme debajo de un camión, por suerte no pasó ninguno”. Fue directo a la casa de sus amigxs Rodolfo Marinoni y Susana Brescia, donde finalmente se refugió con su hija durante “un par de días”.
La testiga contó que fue acompañada de Marinoni a hacer la denuncia a la comisaría 14: “me tomaron la denuncia como si hubiera dicho que choqué en la esquina y no me dieron copia”. Recordó que cuando Brescia ese día salía para su trabajo en el hospital de Plaza Huincul volvió de inmediato para advertirles “que no saliéramos porque la calle estaba copada por el ejército”.
Perazo pudo vender la mayoría de las cosas que quedaban en su casa y guardar aquellas de las que no quiso desprenderse en el depósito de la empresa de servicios petroleros en la que trabajaba: “aligerada de las cosas me fui a Neuquén de nuevo, pero ya con Julio que se había ido, con un allanamiento concretado, ya no me animaba a ir a lo de mi amiga porque sentía que tenía a toda la jauría atrás”. Aseguró que se sentía permanentemente perseguida en la calle.
Decidió ir a lo de unxs amigxs, uno de ellxs era policía y pensó que eso podía darle protección: “no quería esconderme, sino blanquearme”, aseguró, por lo que la alivió que él le dijera que informaría la situación. “Decidí irme a casa de mi mamá a Santa Rosa, con la tranquilidad de que todos sabían que me había ido”, dijo.
“De Neuquén a Santa Rosa, en todo el camino vi que me seguían”, relató: “antes de llegar a Santa Rosa, en General Hacha, una persona se bajó y no volvió a subir y ahí se pusieron como locos”. Cuando llegó a la terminal de ómnibus de Santa Rosa vio que estaba lleno de autos de la policía de la provincia, tomó un taxi y cuando llegaba a lo de su familia vio en la esquina “la cola de un auto de la policía”. Ni bien entró en la casa, sin llegar a contar nada sobre la situación, golpearon la puerta: “entraron dos o tres policías y empezaron a preguntarme si era mi esposo el que se había bajado en Hacha, fueron muy insistentes con eso, entraron a las piezas, revisaron todo y me dijeron que los iba a tener que acompañar; con tal de que mi nena estuviera ahí me fui con ellos”.
Eran las 4 o 5 de la mañana cuando llevaron a Berta Perazo a la comisaría en Santa Rosa: “había como un mostrador donde estaban sentados varios de esa gente con uniformes militares, sobretodos largos, no eran comisarios comunes”, aseguró. Le preguntaron sobre Julio Galarza y le dijeron “que tenía un cargo alto, yo no sabía, me preguntaron cuándo se había ido, nombres de compañeros”. Volvieron a la casa a buscar una carta que Galarza le había enviado: “por supuesto no decía nada, ni tenía remitente”.
Perazo dejó unos meses a la pequeña con sus xadres y volvió a estudiar a Neuquén, para poder recibirse. Continuó siendo acosada en la calle por “autos que pasaban despacio al acercarse” y contó que las cartas que intercambiaba con su familia siempre llegaban abiertas alevosamente.
En 1977, volvió a Cutral Co en busca de la copia de la denuncia que le habían negado cuando la hizo, con el objetivo de poder vender un terreno que tenía Galarza. Como era fin de semana, no pudo hacerlo y tomó esa tarea su amiga Susana Brescia: “le dijeron que no se lo podían dar porque estaba todo centralizado en Neuquén, al tiempo alguien me avisa que lo habían secuestrado a Rodolfo (Marinoni); Susana me contó que cuando fue a hacer el trámite le habían hecho más preguntas sobre ella y sobre el marido que sobre lo que iba a buscar”. Rodolfo Marinoni permanece desaparecido.
En 1979 entró a trabajar a Calf, donde su continuidad laboral fue puesta en tela de juicio al circular la información de “mi relación con un guerrillero”, dijo que “hubo mucho revuelo y hasta se reunió el directorio para decidir sobre mí”. En 1983 postuló para ingresar a Gas del Estado y la aprobaron, pero su ingreso permaneció demorado por faltar un informe de la SIDE en su legajo, por lo que la mujer decidió ir al comando y pedírselo a los genocidas: ella pidió hablar con el represor José Luis Sextón y fue atendida por el represor Oscar Lorenzo Reinhold, que le respondió “tírese a la pileta”, el informe llegó aprobado e ingresó a Gas del Estado.
La mujer mantuvo contactos esporádicos durante dos años con su compañero: algunas cartas recibidas y enviadas por tercerxs y comunicaciones telefónicas entre el militante y la hermana de Perazo como interlocutara, a quien visitó una vez en Buenos Aires y con quien en una oportunidad se encontró de manera casual en Quilmes, a donde la mujer fue a buscar información, sin éxito.
Fue a través de las investigaciones del equipo antropológico forense, cuando Peraza y su hija se presentaron para entregar una muestra, que conocieron que existía información sobre Galarza: “me enteré que había dos testimonios de sobrevivientes de El Versubio que lo habían visto ahí en el ’77, y ahora, releyendo algunos testimonios, aparece un tercero que lo vio hasta que fue liberado en enero de 1978”.
La testiga recordó haber conocido a lxs desaparecidxs Susana Mujica, Arlene Seguel, Oscar Hodola, Carlos Cháves y a una pareja llegada de Buenos Aires que “se hacían llamar” Marcelo (el compañero al que hizo referencia anteriormente cuando dijo que habían pasado la noche en lo de su amiga en Neuquén, antes de pasar a la clandestinidad) y Elena.
Tras la audiencia, Berta Peraza dijo a la prensa que “a mi hija le dejaron un hueco, ella misma lo dijo así, y eso me dejó pensando toda la vida: eso es la desaparición, un hueco” y repudió a quienes sostienen la teoría de los dos demonios: “demonios hay unos solos y son ellos”.
En la audiencia del miércoles 23 de junio declararán Marcelo Fuentes (sobre el secuestro de Carlos Cháves) y comenzará a debatirse el secuestro y la desaparición de Miguel Ángel Pincheira).
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¡30.400 compañerxs detenidxs desaparecidxs, PRESENTES!