El secuestro de Eduardo Paris será juzgado por primera vez 44 años después: “pedí que usen la picana hasta que se sature y me quede muerto para terminar con esto”
Written by El Zumbido on 26/09/2020
En una audiencia virtual, este miércoles el tribunal oral federal confirmó para noviembre el comienzo del séptimo juicio por delitos de lesa humanidad en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, en este caso contra 15 genocidas que ya fueron condenados en los tramos previos de “Escuelita” y por 20 víctimas de crímenes del terrorismo de estado en la última dictadura cívico militar eclesiástica y económica (más info en esta nota). Uno de estos casos será abordado por primera vez judicialmente y es el del secuestro y las torturas contra Eduardo Paris, quien brindó a El Zumbido una extensa y detallada entrevista en la que se refirió a lo que vivió y va a declarar frente al TOF.
Eduardo Paris acaba de cumplir 79 años y por primera vez, después de cuatro décadas y media, va a poder contar frente a un tribunal lo que padeció durante la dictadura, no solo persiguiendo el castigo para los responsables del genocidio en Neuquén y Río Negro, sino para mantener viva la memoria.
“Yo fui miembro de la mesa nacional del Partido Intransigente, miembro de la comisión provincial del PI en Río Negro, esa era mi actividad político partidaria, siempre con alguna manifestación con respecto al desorden climático que practica la sociedad”, comienza relatando. La experiencia del ´76 no fue la primera con las fuerzas represivas del estado, puesto que el año anterior ya había sido llevado por una comisión policial en un operativo dirigido por el genocida condenado por otros delitos de lesa humanidad, Miguel Ángel Quiñones: “me cargan en el coche, me dicen que no estoy detenido, pero que tenían que charlar conmigo; esa fue mi primera situación de aprehensión forzada, aunque ellos dijeran que no lo era”. Tampoco fue la última, ya que en noviembre de 2017 su casa (junto a la de varixs militantxs de la región) fue violentamente allanada por la policía federal en el marco de una investigación criminalizante contra una organización vinculada al Pueblo Nación Mapuce.
Eduardo Paris vivía en Cipolletti y trabajaba en el banco Los Andes cuando fue víctima de los operativos represivos de junio de 1976. Recuerda a “un suboficial que era cliente del banco, primo del gerente, al que le hacía trabajos de inventario en su casa y en un momento dado me dijo que ya no fuera más porque lo comprometía mucho y que iba a estar muy ocupado esos días porque en 48 horas saldrían a ‘cazar’ a todos los miembros del ERP de la región; resaltó que en 48 horas y me dijo ‘entiéndame lo que le estoy diciendo, tenemos el nombre de todos los que lo integran y vamos a ir a buscarlos’” y asume que “me había avisado que me escapara, no lo interpreté, no lo entendí, no estaba dentro de esa organización, fui al banco y a las 48 horas aparece el comisario (Jorge Alberto) Soza de la policía federal, (Gerónimo Enerio) Huircain y el chofer”, los dos primeros ya con condenas previas a este juicio en el marco de las causas anteriores por el genocidio en lo que el gobierno de facto llamó “subzona 5.2” y al tercero lo encontró cómo “testigo voluntario” en el juicio “Escuelita I” presentando un falso testimonio.
Paris detalla con la precisión de una persona a quien le obligaron a detener su tiempo: “yo estaba en mi oficina de trabajo, llegan dos policías, uno de ellos Huircain, y el otro mostró la credencial de la policía federal; empezó Huircain a revisarme el escritorio, los expedientes que yo tenía de los clientes, tengo una discusión con él, aparece uno de los chicos que estaban bajo mi dirección y cuando se entera que me quieren llevar dice que de ahí no me llevan, los quiso pelear, le dije que se quede tranquilo, que era una situación que se iba a resolver, que iba a ver que volvía en cualquier momento; el subgerente del banco les dijo que no me podían sacar esposado” y continúa: “me llevaron a un peugeot blanco, manejado por un señor cobrizo, de cejas muy marcadas, hombros muy salientes, el rostro con un corte arábigo; me suben al coche con las manos esposadas, me vendan y ahí empiezo a dar vueltas por Neuquén mucho rato hasta que llegamos a un lugar donde se abre un portón, se veía un reflejo de luces arriba, de ahí a un lugar de espacios chicos, donde había máquinas tecleando y gente fumando, había mucho olor a cigarrillo, después de las primeras preguntas identificatorias me llevan hasta una escalera caracol y ahí me dejan sentado, les pedí un cigarrillo y me dijeron que había pocos cigarrillos y que ‘para los buenos no tenemos suficientes, menos para vos’”. El hombre recuerda que “cuando me llevan hacia la escalera hay uno de ellos que comenta ‘es increíble las relaciones que tiene este hijo de puta´” y que “después de ahí salimos nuevamente en un vehículo y sé que fuimos a la Escuelita”.
“Llego a la famosa Escuelita, hay cosas coincidentes con todos los que estuvieron ahí, vas caminando por dos troncos, abajo corre un canal grande, si te caés te ahogás, atado, así que no hagas ninguna macana, agacharse en un lugar determinado… No sé cuánto tiempo estuve allí, contra una pared, había mucha gente, recuerdo que había una señora que no recuerdo si habían operado recién o si acababa de tener familia y deliberaban qué hacían con ella”, especifica. Paris dice que “hasta ese momento yo no había recibido castigos, sí apretadas, ahí en la oficina donde la gente fumaba había un estúpido que me gatillaba en la cabeza en falso”, pero que de la Escuelita “nos sacaron y aparecimos en otro lugar” donde “había piedras y arena y el piso se sentía muy frío y se sentía el paso de vehículos a lo alto, con lo cual entiendo que estábamos en algún cañadón en las bardas”. En ese sitio, “a tres que estábamos más o menos juntos nos dicen que nos tiremos y que nos pongamos a rezar porque nos iban a fusilar; yo me quedo parado y me dicen ‘grandote, para vos también es la orden’ y le digo ‘sí, pero yo no me voy a tirar ni a rezar ni a pedir, si sos tan hijo de puta fusilá a un hombre de parado’; me dice ‘ah, pero tenemos un valiente’, le digo ‘soltame las manos y vamos a ver cuánto de valiente tengo yo y cuánto de cagada sos vos’, me pega un empujón, caigo arrodillado, me pone un pie sobre la espalda y me tira al suelo; en ese ínterin, otro compañero de ellos comienza a patear a los otros compañeros de circunstancias que estaban en el piso y se escuchaban los gritos de dolor, incluso algunos rompieron en llanto, y cuando me viene a pegar a mí el tipo que tiene al lado le dice ‘a este no le pegues, respetalo porque este hombre ha tenido dignidad’, según su concepto”.
“Después de ahí nos subieron a un camión, nos hacen apoyar la cabeza contra la baranda, había una lona, apoyábamos la cabeza sobre la lona entre tabla y tabla con la espalda arqueada, allí estuve un rato y en un momento el dolor de ciático que tengo desde hace años me hizo pararme y alguien se acercó para golpearme, pero cuando le dije me pusieron al fondo de la caja del camión; después llegamos a un lugar donde yo pensé que lo que estaba en marcha era una locomotora de ferrocarril, nos suben por una escalerita muy chiquita y cuando empieza a carretear me di cuenta que era un avión”, rememora: “en ese momento sentí mucho miedo porque pensé que me iban a tirar del aire”.
Eduardo Paris explica que “fue un viaje largo, de dos o tres horas, y en un lugar muy frío y húmedo nos bajan, me tiran contra alguien que estaba en otro camión, era una chica, una mujer, no sé qué dice ella y le pegan en la cara y dejó de hablar, el golpe fue terrible; de ahí lo que recuerdo es haber entrado a una especie de dormitorio donde no había colchones para dormir, había camas pero no suficientes, o sea que estaba saturado, yo después identifiqué ese edificio, todos asumen que estuvimos en la Escuelita de Bahía Blanca, yo sé que no estuve allí,” y agrega que “con el tiempo alguien me dice que alguien que conocía mucho en mi juventud, Eduardo Gentile, me avisa que un primo de él, José Alberto Tominello, tenía algo muy importante que decirme, era maestro de música en la base Puerto Belgrano y en Espora, le pregunta un jefe de dónde me conocía, y le dijo que en dos o tres días le decía en qué estaba”.
“Al atardecer comienzan las sesiones de tortura, parece que cumplían algún tipo de horario de oficina, porque venían cuando bajaba el sol”, reconstruye el hombre acerca de lo que padeció a sus 35 años de edad: “del reducto en el que estábamos, yo en esa primera noche que estuvimos que fue muy fría y yo estaba muy estropeado físicamente porque golpes había recibido, tuve que dormir en el piso y, con los ojos vendados, tanteando me había acostado en una cama donde había otro más y viene otro de esos guardias que estaba ahí y me dice ‘salí de ahí que si el jefe los ve va a decir que son maricones y los va a cagar matando acá mismo’; me acuesto en el piso y afortunadamente en un momento determinado aparece un perro lanudo y esa noche dormí pegado al perro al que le voy a agradecer siempre eso”.
“Al próximo día comenzaron los interrogatorios: nos llevaban unos 30 o 40 metros, nos hacían entrar a un recinto donde estábamos con la espalda arqueada, lo cual me hizo pensar que estábamos en una especie de semi bóveda”, especifica: “las sesiones de tortura eran con picana, atados a una cama de metal; a uno le produce mayor temor saber que te van a llevar a torturar que la tortura en sí, porque cuando te la aplican la picana es uno ve una explosión roja y siente que hay alguien que está gritando, y es uno, es como un colapso inevitable que en realidad no sé si produce miedo o un apabullamiento, un aplastamiento, una salida de la realidad de las cosas”. Durante tres días se replicó esa misma rutina, repitiéndose como un eco de horror y de espanto.
En relación a la gente que estaba en el lugar, Paris recuerda a “una chica que hablaba mapuche” y sobre los represores que “tenían sobrenombres, la voz era como del noreste argentino, usaban zapatos de goma, perfumes muy ricos, muy finos, fumaban tabaco importado, y había algunos que eran muy muy hijos de puta y otros más armónicos, que te aconsejaban cosas”. Cuenta que “en un momento le digo a uno que mi padre se estaba muriendo de un cáncer, que tenía un hogar y dos hijos, que tenía la responsabilidad del área de créditos de un banco de fomento, le dije que tenía todo desordenado arriba del escritorio y que tenía que volver, le dije que suponía que ellos entendían una sola forma de hacer esto y le pedí por favor, que yo no iba a aguantar mucho más”, a lo que añade que “al tercer o cuarto día, que yo estaba en la cama de arriba y entran a buscar gente, me sorprendí con un pensamiento muy miserable de que ojalá se llevaran al de abajo, y ahí me di cuenta que me estaban quebrando, un quiebre moral”, entonces “es que le digo a este tipo que iba a hacer una cagada y que a alguno le iba a reventar la cabeza contra algo o con algo y que ellos me iban a dar un tiro en la cabeza a mí, entonces como no era justo, le pedí que le comente a quien lo determine que me lleven, que usen la picana hasta que se sature y me quede muerto ahí para terminar con esa ignominia y esa situación infame; al otro día me dice ‘esperame que tengo que hablar con vos’ y me dice ‘quedate tranquilo que vos y dos más se van en dos días’”.
“Efectivamente por dos días no hubo torturas, comentábamos entre nosotros, nos nombrábamos para saber que estábamos ahí; en un momento determinado nos sacan al patio, a la parte de atrás de esa casa y la persona que nos habla nos dice ‘si ustedes van a volver a su ciudad, hagan las cosas bien, quédense en su casa y coméntenle a todo el mundo que esto no es una joda, ustedes se van porque evidentemente no tienen nada que ver con nada, ustedes van y se quedan a la vista de todo el mundo’” y “ese día nos subieron a un coche, subimos a un avión, estuvimos volando muchas horas, el trato fue distinto, nos dieron a cada uno una barra de chocolate y una taza de té, con los ojos vendados y esposados con una soga”.
“En el momento en que el avión desciende me corren hacia atrás junto con los otros dos compañeros y empieza a subir gente, muchas voces de mujeres; le digo qué pasó, no era qué bajábamos de Neuquén, entonces uno de voz tronante me dice ‘tranquilo que todavía están en la fiesta de los buenos’; volvimos al mismo lugar en que habíamos estado, nos tuvieron allí, había una importante incorporación de mujeres, el lugar para mí era el mismo, y escucho que había alguien que contaba ‘así que vos sos el que se nos escapa de los coches’, pero dijo que él se había escapado de la triple A, había otro que los puteó mucho, otro que decía no lo amenacen porque ya habían matado a su hermano, fueron las pequeñas cosas que recuerdo”, detalla.
“Una noche nos invitan un cigarrillo, uno de ellos acepta, yo lo tomo el cigarrillo, lo fumo y me doy cuenta que tenía un gusto raro y otro dice ‘traigo al perro’, cuando tenés los ojos vendados los elementos perceptivos se agudizan entonces podés escuchar una conversación a muchos metros de distancia; traen al perro y en un momento se echó el perro al lado de ellos, pronto el perro empezó a gemir, aulló, chocó contra la cama en la que estaba y se fue, nunca entendí una explicación de eso”, se acuerda.
“Luego de eso pasaron dos días más, nos suben a la noche a una camioneta, habían tirado una manta de esas ásperas que hay en el ejército, subieron a una chica que era de Bahía Blanca que decía que tenía mucho frío y le dijeron ‘quedate tranquila que esta va a ser la noche más fría de tu vida’; nos suben a nosotros, suben a otra chica que después supe que era Nora Rivera (una de las estudiantes de trabajo social secuestrada en los operativos de junio del 76 en la región); recuerdo que esa camioneta tenía una luz roja, hicimos muchos kilómetros y pasamos por un lugar que parecía ser un puente de madera, bajamos a la derecha, volvimos a subir a la ruta, volvimos a pasar por el puente y en un momento determinado frenan, me bajan y me dicen ‘bueno andate’, le pedí que me suelten las manos y me dejen una caja de fósforos, porque pensé que estaba en el medio del campo y que no iba a poder pasar la noche, me dicen que estaba ahí nomás de un pueblo, se va el vehículo, venía otro vehículo detrás, le hago dedo para que frenara, claro, a los otros los iban bajando y los pasaban para ese coche que iba ahí atrás, miro el letrero cruzando la ruta y leo Pedro Luro y digo dónde carajo estoy… Cuando vi las luces del pueblo pensé que podía ser Choele Choel o Río Colorado, que estaba en mi provincia, pero cuando vi Pedro Luro se me cayó el alma a los pies nuevamente”, lamenta: “caminé hacia las luces, entré a una estación de servicio, los que me vieron dispararon porque los habían asaltado tres o cuatro veces, yo andaba con un gabán que tenía puesto y un montón de vendas colgando del cuello que decían ERP, viva el ERP, yo soy del ERP, tenía los pelos todos parados”.
“Después de no sé cuánto rato accedí que llamaran a un jefe de la policía que me llevó con él, que me preguntó qué me pasaba, le dije que no le podía decir, le dije que era de Cipolletti, en eso les avisan que había aparecido una chica en un boliche de la ruta, que era Nora Rivera”. Este policía, de apellido Osini “llama un médico, me revisan, no sé qué fue lo que dijo el médico, que tenía algunas alteraciones, la visión comprometida, yo no había comido así que nos sentamos a comer; fue una sensación muy profunda la que tuve, de estar sentado mirándole la cara a otro humano y compartiendo un plato de comida”.
Desde allí “pedí hacer una llamada a mi cuñado de Cipolletti, la comisaría de Luro se comunica con la de Cipolletti, de allí sale mi hermano con la que era mi esposa, con el abogado que había estado reclamando por mi presencia, y tuvieron que hacer una serie de vericuetos porque había tres coches que los seguían, los pudieron perder y siguieron rumbo a Bahía Blanco; nos fuimos en un Torino que era propiedad de un cabo de esa comisaría, llovía a cántaros, el cabo este manejaba con una mano afuera alumbrando con la linterna porque no tenían luces; en el camino había habido un accidente muy grave y estuvimos ayudando en la ruta y después llegamos a la otra comisaría, donde llegó nuestra familia, nos cargaron a todos en un Renault 12, íbamos re apretados, paramos en Bahía Blanca porque tenían familiares y después seguimos para Cipolletti”.
Eduardo Paris asegura que fue un hecho que marcó si vida. “Se produjo una ruptura en mi vida personal” y “en cuanto me presento en el banco me dijeron que ya no podía trabajar más ahí”, cuenta. El sobrevivir a los centros clandestinos de detención implicó otro tipo de torturas que se extendieron mucho más allá del encierro.
Mientras el hombre estaba secuestrado, su hermano realiza la denuncia en el Juzgado Federal N°1 de Neuquén junto al “testimonio de un chico (Hugo Pola) que trabajaba en el banco y que conocía a Huircain porque hacía guardias en el banco en el que él trabajaba antes de venir a trabajar conmigo al banco de los andes” y “48 horas antes de que me suelten a mí, el testigo se sube al auto y aparece parado junto a su auto Huircain, y le dijo que se confundieron conmigo porque no tenía nada que ver con nada y que en 48 horas me soltaban; a mí lo que me llama mucho la atención es que Huircaín que era un oficial de policía joven manejara esa información, porque sé que las fuerzas armadas no tenían ese trato con las policías, Huircain por lo visto sabía de esa situación porque a mí en 48 me soltaron; y le pregunta a Hugo si va a ir a declarar y cuando le dice que sí, Huircain le dice que está bien, que era su derecho cívico, pero que ‘aparece tanta gente degollada en estos tiempos…’; me contó que se le aflojaron las piernas, sin embargo él fue a declarar; estoy hablando de 1976, en plena vigencia de la tortura y el horror, no de las declaraciones posteriores: Pola fue y declaró igual”.
Paris asegura que “la gente que debe administrar esto se tomó su tiempo tal vez especulando que todos nos muriéramos y no tener que resolver estos casos jodidos”.
“Huircaín nunca ofreció una disculpa; es un tipo muy jodido que ha venido zafando hasta ahora por la pasividad o inconciencia de algunos juicios, ha tenido tres presentaciones en juicio, dista de ser un arrepentido”, afirma y recuerda cómo también, en plena dictadura, cuando él había conseguido otro trabajo vendiendo filtros, le estropeó una venta.
No todo terminó después de ser liberado.
“Ya en democracia, cuando se reabrieron las actuaciones por estos temas, un día a las 5 de la tarde suena el teléfono, levanto el teléfono, escucho la música de una cumbia que después supe que se llama ‘Su florcita’, escucho la letra que decía ‘era tan bonita, pero un día al salir del colegio la secuestraron, la violaron y la mataron’, se me pusieron los pelos de punta, me fui a buscar a mi hija al colegio; eso fue un viernes, el día lunes, a la misma hora, la misma secuencia, entonces yo le digo ‘dejame un segundito que tomo nota’, y le digo ‘la cumbia su florcita’ y unas voces supuestas de niños dicen sí y cortaron”, entonces “me fui a la fiscalía, hice la denuncia, después alguien disimuló que eran unas nenas que cuando las madres se iban a la escuela no sé qué cosa, yo no creo en ese tipo de casualidades” y “a partir de ese momento, Huircain empezó a aparecerse en diferentes lugares, en la panadería de mi barrio, en el lugar de trabajo de Hugo Pola, empezó a aparecer por todos lados”. Paris narra que “un día yo estaba haciendo un trámite en el banco Patagonia y en un costado del banco estaba Huircain a las carcajadas con otro y me agarró una fiebre interior, me paré enfrente a toda la gente que estaba esperando ahí, levanto bien la voz y le digo a las personas que me presten atención, que estoy yo, secuestrado y torturado, y está aquí presente Enerio Huircain, secuestrador y torturador, salió para un costado, dijo ‘vaya a la justicia’ y nunca lo volví a ver, se fue de Cipolletti y se radicó en Roca”. También “en una oportunidad a mi hija la llama una mujer, en ese momento ella estaba a partir de la situación de la escuela con custodia policial, le dice que es la esposa de Huircain, me contacto con la señora, estuvo presente una vecina también; esta señora estaba embarazada y como se había destapado ya todo esto de las denuncias que yo había hecho de los sucesos del 76, cuenta de las reuniones que se habían hecho en la casa de Huircain, que se reunían con otros oficiales y hacían planes y estrategias para tratar de que la gente tuviera la imagen mía de un charlatán que tenía una bolsa de dinero para comprar personas que acusaran a Huircain; nos cuenta muchas cosas esa mujer, entre otras que Huircain tenía dos hombres que yo suponía que eran amigos que entraban en mi casa a hacer inteligencia”. Asegura que “la señora quería hacer una declaración pública en los diarios y yo le dije que vayamos a la fiscalía, tenía a toda la familia en contra y no sabía dónde ir” y “cuando hace la denuncia, la cámara federal pide que no se haga pública” por lo que “quedó colgada en el aire”.
El hombre de 79 años subraya también que “el juzgado federal cuando se produce el secuestro reclama por Huircain y la respuesta es que desconocían su paradero, sin embargo sabemos que estuvo trabajando para la policía en la línea sur”.
Paris resalta que “no sirve de nada este juicio ni ningún otro si la gente no toma conciencia” y asegura: “no sé por qué se ha movido esto, creo que la expectativa era que nos muramos los partícipes; me ha impresionado muy bien el juez que tiene la palabra cantante en esto, supongo que habrá buena gente en la justicia, pero creo que esto es de forma ya”.
“En mi caso soy prácticamente el único que identifica policías regionales; al oficial de la policía federal que maneja el operativo que me secuestra nunca más lo vi, un día estaba viendo televisión y lo vi, me fui muy temprano al otro día al juzgado, lo fui viendo en distintas noticias, radico la denuncia en la fiscalía de que había identificado al que manejaba el operativo”, en relación a Soza, de la policía federal, a quien no había podido identificar por las fotos previamente porque “eran todas manchones negros y yo lo que detectaba eran otras características, como el color del pelo y cómo movía el brazo al hablar”.
En relación al chofer del auto en el que se lo llevaron aquel junio, dijo que “nunca tuve idea de quién era”, pero “pasan los años y un día voy al primer juicio (Escuelita I) y encuentro un señor declarando que él es un testigo voluntario que se presenta porque es un hombre con familia y no quiere que su nombre fuera mal informado, que sus familiares y sus nietos no se les ocurra pensar que él era un secuestrador, y que él se dirigió a la APDH en función de declarar como testigo que él había operado en el apresamiento de una persona en el banco de Los Andes en la Avenida Olascoaga, que no se acordaba el nombre, que él tenía dudas de si había sido una detención o un secuestro, dice que para entrar al banco le exigen que deje sus documentos, cuenta toda la historia de que va, me lleva, me deja preso, me entrega y no precisa bien el lugar donde me entrega, a tres oficiales del ejército argentino, entonces uno de ellos dice ‘por fin cayó este hijo de puta’, ni que hubiera sido Firmenich o Santucho, le voy a dejar tantos agujeros en la cabeza a este hijo de puta que la madre no lo va a reconocer’, y dice que les dijo ‘si ustedes tocan a este hombre los voy a denunciar’”. Cuando Paris lo reconoció “terminó de cerrar el círculo”.
“Yo identifiqué a tres personas, una de ellas con nombre y apellido, no solamente identificado por mí, y para desarmar el ovillo tenés que empezar por la punta, y la punta es Huircain, pero nunca se lo quiso tocar”, asegura el hombre.
El ex preso político reconoce que “ha habido una acción continua de desgaste y de intrusión en la vida de las personas” y sostiene que “para mí es muy importante lo que en este juicio declare, acá va a quedar claro sobre oscuro, en definitiva cuál es el destino de este país”. Mientras tanto, “la inacción de la justicia estuvo poniendo en peligro la vida de mis seres queridos por haber salido a exponer su rostro y su físico y su verdad y realmente para mí, además de los delincuentes, la justicia estaba permitiendo eso”. Asegura estar “podrido ya de esta situación de ahogo propiciada por los jueces, de incertidumbre, de postración, por la libertad del espíritu de los hombres tenemos que salir de esto”.
Para concluir, Eduardo Paris enfatiza en que “no solamente hay que arreglar nuestras cuentas con las cosas que están hechas injustamente sino con el planeta” y pide apoyar “todas las causas contra la megaminería y la extracción de hidrocarburos” porque “en el arca de los poderosos no va a haber espacio para guarcernos el día que la tierra se quiebre” y “la lucha política más grande es contra los intereses de los que devastan la tierra, hagamos de esto una acción diaria de defensa del medio”.
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