Culminó este viernes, con los alegatos, el juicio por torturas contra Luciano Arruga, por las que está acusado el Teniente 1º Julio Diego Torales. La fiscalía solicitó 10 años de prisión. La querella conjunta de la APDH de La Matanza y el CELS pidió 16 años. La defensa, en tanto, previsiblemente, solicitó la absolución, pero sorprendió a todos pidiendo la imputación por falso testimonio de Vanesa Orieta, hermana de Luciano, y de Juan Gabriel Apud, amigo del joven. El próximo viernes a las 12 será la lectura del veredicto.
La cuarta jornada por el juicio por torturas a Luciano Arruga comenzó más amigable que las anteriores por varios motivos: arrancó más tarde, ya que la cita judicial para que se oyeran los alegatos era a las 12; la cita social y política fue a las 10, para llevar adelante una radio abierta en las afueras de la Unión Industrial de La Matanza, donde se desarrollaron hasta aquí las audiencias. Es decir que no hubo que madrugar tanto por lo que el frío se sintió mucho menos. Esta vez el sol resultó un abrigo natural y suficiente. Incluso pudieron acercarse para presenciar la audiencia varios de los integrantes de Familiares y Amigos de Luciano Arruga que por razones laborales no habían podido estar en el lugar antes, aunque sí se encargaron de sostener la labor comunicacional a través del
blog en el que la organización decidió contar la historia de este juicio con voz propia.
Mientras un grupo se encargaba de montar la parte técnica para brindar el sonido adecuado durante la radio abierta, llegaron Mónica y Vanesa. Rápidamente entendieron que el sol era necesario y se sentaron bajo su calor a tomar unos mates y a fumar. «Al final de este juicio tiro el paquete, esté vacío o lleno», promete Mónica, mucho más distendida que en las jornadas anteriores: «es que ya está, ya ganamos, salga lo que salga de este juicio, estar acá es una victoria nuestra», dice con seguridad. Está contenta por el pedacito de justicia alcanzado, pero también hay lugar para charlar de cosas más banales. Mónica disfruta aún del triunfo de River ante Boca en el partido de ida por la Copa Libertadores. Ganó su River, ganó el River que Luciano adoraba: «él me decía, si me cortás acá -estira el brazo y señala las venas-, ahí está River». Vanesa no comparte la elección: es hincha de San Lorenzo: «no podría nunca ser hincha de un club que se autodenomina Millonario», larga entre sonrisas. Parece tener un argumento sólido para todo.
Por el parlante se escucha un segmento de Desde Afuera, el programa radial que los Familiares y Amigos de Luciano idearon cuando la municipalidad de La Matanza, que había cerrado el destacamento donde ocurrieron los hechos que se juzgan en este juicio, los había dejado afuera cambiando la cerradura con un argumento por lo menos torpe: que estaban haciendo política. Por supuesto que tenían razón. Estaban allí, y están de vuelta en ese lugar de tortura y muerte, para intentar que lo que le sucedió a Luciano no le ocurra a ningún otro joven del barrio. Se pasaron un par de años de sábados con sol, calor, frío y lluvia haciendo comunicación alternativa para presionar al poder local, que les tuvo que firmar la cesión con disguto hace unos pocos meses. El programa se sigue llamando igual. Aunque ahora se haga desde un estudio de radio (tomado dicen ellos, entregado decimos nosotros), no quisieron cambiarle el Desde Afuera. Allí Mónica dejó sus sensaciones tras los primeros días del juicio y cerró la emisión mejor que lo que podría haberlo hecho el periodista más genial. «Yo no me voy a despedir, no me gustan las despedidas, pero sí recordé algo muy lindo y se lo voy a decir a todos. Una vez le dije: soñá Negro, soñá, y él me dijo: `¿para qué voy a soñar mamá?’. Un niño sin sueños es un hombre sin futuro… chau».
Angustia, dolor y satisfacción
A minutos de entrar, Vanesa nos dejó algunas reflexiones. Se lamentó por no haber podido presenciar el resto del juicio a pedido de la defensa: «estamos transitando este proceso con mucha angustia y dolor. Esperamos una condena contra el Teniente 1º Diego Torales». Acerca de la estrategia de la defensa de ensuciar a Luciano, aseguró estar preparada de antemano: «tengo más claridad en ese sentido, no me sorprende y lo tomo como de quién viene, las chicanas no me tocan, están defendiendo a un policía acusado de torturas, un hecho gravísimo. Lo que está quedando claro es que detuvieron aquel día a Luciano de una forma arbitraria. Fueron a la búsqueda de un pibe que daba con las características de alguien que le había robado a otro, pero eso no justifica la detención de Luciano, que estuvo más de diez horas privado de su libertad en una cocina. El primer objetivo está cumplido: limpiar la imagen de Luciano que estuvo manchada durante todos estos años».
Sobre este nuevo encuentro con Torales, en circunstancias bien diferentes a las del 22 de septiembre de 2008, Vanesa relató: «yo no tengo nada que esconder. Los miré a todos a los ojos como miro a todos los que le hicieron daño a mi hermano. Eso también es una satisfacción para los familiares. Sin bajar la mirada, les estamos diciendo que estamos presentes, de pie y denunciando sin ningún temor».
«La tortura es tortura, no importan los motivos»
Pasadas de largo las 12, comenzaron los alegatos. La sala desbordaba de gente, más que ningún otro día. El silencio ensordecía. Ya se podía filmar y grabar con libertad, así que decidimos rápidamente transmitirla en vivo (como también emitiremos el viernes próximo la lectura del veredicto).
Vanesa les había pedido a todos que no aplaudieran ante ninguna circunstancia: «aquí no hay nada que festejar, ni siquiera la condena contra el policía».
Comenzó el Ministerio Público. El fiscal José Luis Longobardi es uno de esos actores silenciosos de la justicia que estudia, lee y acciona. Se nota que lo incomoda el formato oral y público. Tartamudea al hablar, pero demuestra firmeza y seguridad en cada una de sus intervenciones. Su acción en el juicio tranquilizó a muchos, no solo porque fue fundamental en este juicio, sino porque tiene a cargo la acusación contra Pablo Pimentel, el referente de la APDH de La Matanza que está imputado por el armado de una causa contra policías tras el dudoso suicidio del joven Gabriel Blanco en una comisaría.
Longobardi aseguró que está probado que Luciano fue torturado en el ahora ex destacamento. Sostuvo también que fueron tres las personas que lo torturaron: Torales y otros dos aún no identificados.»La tortura es tortura dice el Tribunal Internacional de Derechos Humanos y no hace falta ningún motivo. Tortura es lo que hemos descrito y que conlleva, sí, a un trato difamante, degradante, humillante —vuelvo a usar palabras de Vanesa—, todo acto que muestre una crueldad inhumana», dijo. Para Longobardi, Luciano nos habló durante este juicio: «he dicho que Luciano nos habló, nos dejó los vestigios, los signos, las huellas, los testigos que me permiten a mí sostener probadamente la acusación. Justo en este momento, Luciano nos vuelve a hablar. Me habla a mí y les habla a ustedes pidiendo justicia», finalizó. Por todo esto, con los atenuantes de la falta de antecedentes de Torales, el fiscal solicitó al tribunal la pena de 10 años de prisión.
El peor de los miedos
Luego tomó la palabra la querella. Primero habló Juan Manuel Combi, abogado de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza. Realizó una suerte de reconstrucción de los hechos y tuvo la intervención más política. «Hemos llegado hasta aquí con el poder. Pero no con el poder oculto que se ha pretendido insinuar. Hemos llegado hasta aquí con el poder de la verdad y la justicia. El poder y la justicia de esos testimonios que, como bien dijo el representante del Ministerio Público Fiscal, nos ha dejado en vida Luciano Nahuel Arruga y ha dejado a la valiente hermana, que lo llevó al policlínico, y a su madre, a quien estamos orgullosos de patrocinar, como particulares damnificados en esta causa». Combi parece calzar el traje solo por obligación. Con su voz gastada, por lejos es quien mejor se lleva con el formato del debate. Calificó a la detención de Luciano como una «aprehensión de dudosa legalidad» y remarcó que lo alojaron en «un destacamento policial no habilitado para tener detenidos». Se refirió a Arruga varias veces como «un niño de 16 años» y subrayó las consecuencias del hecho: «después esta detención Luciano tenía miedo. Y tenía el peor de los miedos que puede tener un ser humano, el que nos constituye como tales: miedo a la muerte».
Los libros sobre la mesa
Combi ya había anticipado que el tribunal tuviera en cuenta que por la gravedad de los hechos el alegato sería extenso. Le cedió el micrófono a su colega Maximiliano Medina, el joven abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales, que siempre tuvo como ladera, incluso preguntándoles a los testigos, a María Dinard. Medina se encargó del segmento más técnico de los alegatos. Citó jurisprudencia nacional e internacional. Los integrantes del tribunal, las doctoras Diana Volpicina y Liliana Logroño, y el doctor Gustavo Navarrine tomaron nota en cada mención.
Medina también se refirió a Luciano como «un niño» y dijo que eso no era un capricho del fiscal o de su colega Combi, «sino que así lo establece la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño».
Medina cerró su participación en el juicio anunciando que para la querella Torales es culpable de torturas contra Luciano Arruga y solicitó la pena de 16 años de prisión.
Así como Combi comenzó remarcando el orgullo por representar a Mónica Alegre, Medina cerró del mismo modo. No es poco, luego de algunos momentos ya relatados de este juicio, que los abogados hayan sentido orgullo por estar llevando adelante esta causa.
No hubo aplausos luego de la intervención del fiscal, tampoco tras la de los abogados querellantes.
Cargar contras las víctimas
Luego de un cuarto intermedio, llegó el turno de los abogados defensores. A sus espaldas había una docena de familiares de Torales, incluyendo a la madre, que fue testigo de mérito en esta causa. La defensa tuvo una actuación irregular durante el juicio. Más allá de los cuestionables intentos de acusar a la víctima, que ya no está para defenderse -lo que en las réplicas el fiscal calificó como «una canallada»-, fueron varios y notorios los momentos en que mientras preguntaba Juan Grimberg, Gastón Jordanes movía la cabeza con signos de reprobación. Ayer comenzó Jordanes, mucho más sólido a la hora de exponer que su colega de defensa. Su intervención fue dura con los familiares. Dijo que Luciano no estuvo mucho tiempo demorado y que en todo caso la extensión se debió a que sus familiares no podían acreditar su identidad: «Torales no tiene la culpa de que Arruga circulara sin documentos». Dijo que no quedaron acreditadas las lesiones y modificó algunas de las declaraciones de Orieta: «la hermana dijo aquí que el joven estuvo esposado dos horas»; sin embargo, Vanesa no dijo eso, sino que Luciano le había contado que estuvo un tiempo esposado pero que no podía precisar cuánto. Aseguró que «los derechos de Torales están siendo vulnerados en este juicio», aunque no especificó de qué manera.
Para no perder la costumbre de la semana, cargó contra Alegre y Orieta: «son dos mujeres fuertes, de carácter muy importante, a las que no se las pasa por arriba. Si tu hermano está pasando el peor momento de su vida, vos no te vas a ir a trabajar por dos o tres horas más o menos de trabajo. Este chico no estaba siendo abusado por la autoridad, sino su hermana no se hubiera ido».
El final fue para Grimberg. Dijo que los testigos de la querella y la fiscalía «han mentido sistemáticamente… todos». Luego tuvo un intento de aportar sensibilidad, que no le salió del todo bien: «interpretamos que la pérdida de un chico de 16 años, que ha sido una víctima social, donde el Estado ha estado ausente no solo de él sino de todo ese sector de población, pero mi cliente hace dos años que está preso (SIC)». Grimberg es el mismo que unos días antes le preguntó a Mónica qué opinaba de que un chico de 16 años tuviera que cartonear. Luego del fallido intento de revertir aquel error con la desprolija sintaxis de la frase anterior, volvió a la carga con una chicana, sin dudas donde se siente más seguro: «mi cliente no es Videla, mi cliente no es Pinochet, mi cliente no es Milani. Si fuese Milani seguramente el CELS no estaría representando al particular damnificado, porque son dependientes del Poder Ejecutivo Nacional». Más allá de las afinidades políticas que el CELS tiene con el gobierno nacional, Grimberg olvidó o desconoce que sí han cuestionado la designación de Milani con firmeza.
Falso testimonio
Pero lo peor llegó sobre el final, cuando pidió que se imputara por falso testimonio a Vanesa Orieta y al amigo de Luciano, Juan Gabriel Apud. Las víctimas colocadas en el lugar de sospechosas otra vez. Es imposible pensar que un grupo de jóvenes se hayan confabulado para que un solo policía vaya preso y ni siquiera por el secuestro y desaparición de Luciano. Acusó a Orieta de mentir cuando dijo que habló al día siguiente con Torales «cuando ese día posterior no estuvo de servicio».
Luego hubo espacio para que se calentara un poco más el debate con las réplicas. Combi dijo que «los organismos de derechos humanos somos independientes» y arrancó los únicos aplausos rápidamente silenciados.
Vanesa apoyó sus codos contra las rodillas para sostener su cara. No dejaba de mirar a los abogados. Le costó no responderles. Mónica, detrás de los abogados, no pudo ocultar su angustia. Terminó el juicio, ahora solo queda la sentencia. Volpicina, Navarrine y Logroño pidieron un día más que el plazo estipulado por lo que la lectura del veredicto será el viernes, otras vez a las impuntuales 12, pero en una sala más pequeña, ya en los tribunales de San Justo. (foto: Gonzalez Ve)
Que la tortilla se vuelva
A la salida, una ronda, casi asamblea, se reunió para escuchar a Mónica, que quería volver a decir que es un triunfo estar ahí, como aquel futbolista de equipo de barrio que llega a una instancia final y celebra ya estar en ese lugar que no está reservado para ellos. El lugar de los pobres en la justicia, en general, es el de los acusados. Sin embargo, está familia ha conseguido dar vuelta la tortilla, no porque Torales sea millonario, sino porque representó aquel día al poder y hoy está como acusado. No pudo haber hecho lo que hizo solo, ni sin que nadie lo supiera. Lo que ocurrió el 22 de septiembre de 2008 no fue un hecho aislado. Es fácil suponer que lo que le pasó a Luciano no le sucedió solo a él. Alguien decidió abrir ese destacamento para tranquilizar a un sector de la población y hacerle, a la vez, la vida imposible a los jóvenes pobres del lugar.
Este pequeño equipo de barrio ya ganó unos cuantos partidos inesperados. Casi que no es sorpresa que pueda ganar esta partida. Sin embargo, como esto no es fútbol, no habrá nada para festejar, porque uno de los jugadores no está.
Seguramente, muchos de los funcionarios responsables de las políticas de «seguridad» que se llevaron a Luciano, habrán celebrado, justo el día de los alegatos, el Día Nacional de la lucha contra la Violencia Institucional, fecha impuesta recordando la Masacre de Ingeniero Budge. Hubiera sido oportuno que se pegaran una vuelta por el juicio por torturas contra Luciano Arruga.
El presente aprieta los botines más que el pasado, qué duda cabe.